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reflexiónes desde las cloacas

El culturista

El culturista

(Visita también: Reflexiones desde las cloacas)

”Si todos supieran nadar en éste mundo, nadie moriría ahogado”, dijo uno de los policias encargado de recoger el cadáver que el mar habia arrojado a la playa.
”Si nadie supiera nadar en éste mundo, entonces si que no moriría nadie ahogado, ya que nadie se atrevería a tirar al agua” - le respondió su colega y metiéndo una de sus manos a un bolsillo del pantalón, sacó un arrugado pañuelo con el que se sonó estrepitósamente la nariz.

Unos cuantos meses antes de que su cuerpo fuese encontrado en una de las tantas playas del litoral, ya maloliente pero intácto, se habia decidido. Empezaría a entrenar culturismo físico, como una primera fase de la recomposición general de toda su vida que se habia propuesto. En varias ocasiones habia estado a punto de dar ese paso, pero siempre algo se habia interpuesto, aplazando su decisión. Y cada vez que esto así ocurría, sentia como una angustia gigantesca lo invadía entero, hundiéndolo en largos periodos de depresión.
Sólo, sin amigos ni conocidos, se iba a la playa y se dedicaba a observar de lejos como el grupo de hombres jóvenes que entrenaba en el gimnasio al aire libre alli dispuesto, mostraban sus enormes músculos y sus bronceados cuerpos a las muchchitas que iban a ese lugar en busca de un furtivo polvo sobre la arena y también - porqué no? - con la esperanza de ser la amante permanente de alguno de aquellos hermosos y fuertes machos. Veia con creciente envidia como estos soltaban fuertes carcajadas al viento y llenos de confianza en si mismos, galanteaban con las jóvenes y bellas hembras, que él tanto deseaba poseer.
Podía estar horas y horas contemplándo aquél ancestral juego entre el hombre y la mujer, bebiendo cortos sorbos de una botella de vino que siempre era su única compañía. Al caer la tarde, se incorporaba penosamente de la ya fria arena, recogía sus pocas cosas y arrastrando con cierta dificultad su pobre cuerpo, se iba al cuchitril en donde vivia y con frenesí e impaciencia, comenzaba a planear el día siguente.

Pero la sóla idea de imaginarse entrenándo al aire libre lo llenaba de pánico, haciéndolo desistir de su decisión tomada cada noche. Después de mucho cavilar caía en un agitado y tormentoso sueño que lo hacían despertar cada vez más y más convencido que debía llevar a cabo lo que se habia propuesto. Pero no se atrevía. Sin embargo, algo en su interior, le decía que esa era su única alternativa de vida. Y cada día se encontraba más y más cercano a la terrible disyuntiva de tener que traspasar el zócalo de la puerta de algun gimnasio o no. Para enfrentarse con la cruda realidad de ver su cuerpo reflejado en los montónes de espejos que llenaban las paredes de esos locales y que lo ponian literalmente enfermo. Pero peor aún era pensar que tenia que recurrir a la ayuda de un instructor para que lo guiase a través del laberinto aquél de máquinas y pesas desparramadas por todos lados. Porque si habia algo que estaba mucho mas allá de lo que podía tolerar, era justamente su incapacidad de reconocer que su cuerpo no era más que una caricatura de hombre. Ya que, a pesar de todo, aún le quedaba algo de vanidad en vida.

Habia dedicado varios dias a la búsqueda de algún otro gimnasio, algo más discreto y cubierto, que le permitiera comenzar su pequeña y privada revolución personal. Y - para bien o para mal - lo habia encontrado. Los dias siguientes los ocupó planeando como haria su entrada en ese local. Frente al mismo y por la acéra de enfrente, habia una pequeña y muy agradable cafetería, en donde se instalaba a contemplar a la gente que entraba y salía del gimnasio, bebiéndo incontables tazas de café que lo ponian más nervioso aún, y cuyo sabor ya detestaba.
Cada vez que veia entrar a alguien de su misma edad y con ciertos parecidos físicos a él, se sentía optimista, sintiéndo una cierta complicidad con la persona en cuestión. Pero cada vez que veia entrar a hombres bien entrenados y llenos de energía, renacían sus complejos y su convencimiento de que jamás sería capaz de entrar, se transfomaba en obsesión.

Muchos de lo habituales de aquella pequeña cafetería, eran precisamente hombres y mujeres que venían de su entrenamiento diario y pasaban por allí a servirse algo reconfortante, como premio a sus esfuerzos después de un duro rato entre pesas y ejercicios comunes.
Al comienzo los escuchaba con mucho interés y envidia, al evidenciar que no entendía de lo que hablaban. Pero, luego descubrió que ahí había una fuente de información muy valiosa de la cual podía profitar, cuando se dió cuenta que en sus conversaciones se referian a tal o cual ejercicio, a una u otra dieta, ese o aquél método para optimizar el desgaste de grasas en el cuerpo, a la definición de tal o cuál músculo y en general, cuando los escuchaba utilizar términos que para él eran totalmente desconocidos, pero que podrían ser de provecho en su incierto futuro.
Los odiaba a la vez que no podía evitar admirarlos, cuando los veía moverse de un lado a otro por ese local, llenos de vida, alegres y hermosos, cubriendo sus bien definidos cuerpos con ropas que les hacian resaltar los músculos y que - con toda seguridad - costaban mucho más de lo que él podría permitirse. Más de alguna vez se habia quedado sentado en su mesa por horas y horas, sin atrever a irse de alli por la verguenza que le causaba el tener que pararse de la silla y caminar por entre las mesas circundantes hasta la salida, dejándo al descubierto su caricaturesco y deformado cuerpo, revestido con ropas estropeadas y pasadas de modas.
No es que tuviera algún defecto físico. No. De ninguna manera! Pero era obeso, de baja estatura, de piernas gruesas y cortas y - lo que él consideraba peor - dueño de una panza descomunal que comenzaba en su pecho y terminaba sobre la parte superior de sus muslos, escondiendole totalmente la pingaja vírgen que hacía el papel de pene.
Permanentemente brillando como efecto de una pegajosa transpiración que siempre le cubría el cuerpo, no era precisamente un Adonis. Amargado y triste, se sumergía en su acto de beber taza tras taza de café, esperando con resignación que fueran abandonando el local para poder hacer lo mismo sin que nadie lo viera.

Ya en su habitación, demoraba lo que más podía el momento de desvestirse porque, aún cuando nadie lo veia, sentía que ese sólo acto era ya una ofensa a la Belleza. Y una rabia enorme lo invadía cuando, sacandose la camisa, dejaba su enorme barriga al descubierto mientras en su cerebro se repetía una y otra vez una sola pregunta: ”Porqué yo?”, ”Porqué justamente yo?”.
Una vez en la cama se tumbaba de cúbito dorsal para, de esa manera, aplastar esa repugnante masa de grasa y carnes flácidas y evitar sentirla a su lado, sobre la cama, como si fuese algo que tuviese vida propia. Ya extenuado, se ponía a pensar en el día de su liberación, de su redención definitiva y su paso a otra vida mejor y llena de tentadoras hembras jóvenes que no harian más que follar y follar con él, y su nuevo y hermoso cuerpo. Se hundía en un pesado sueño cargado generalmente de pesadillas en las que - casi siempre - se veía corriendo desnudo por las calles más céntricas de la ciudad.
A veces lograba masturbarse después de haber soñado con una hembra jóven y bronceada. Y a veces, no.

Hasta que un buen día se decidió. Como la caida de un rayo del cielo, le llegó el valor necesario para dirigir sus pasos hacia el gimnasio, abrir su pesada puerta y acercarse hasta la recepción del mismo, donde una guapa muchacha lo invitó a entrar con una amable sonrisa en su cara. El nerviosismo casi le impedía hablar, pero ya no habia vuelta atrás y con temor, se ubicó en el mostrador sin saber exactamente que decir.
Dió una rápida mirada por el gimnasio y se tranquilizó un poco, cuando advirtió que nadie tomaba nota de su presencia alli: cada uno estaba en lo suyo, preocupado de cuidar su cuerpo de la manera más efectiva posible sin tiempo para nada más.
Cordial y amistosa, la muchacha de la recepción le lanzó una mirada interrogativa, invitandolo a hablar. Balbuceando algunas frases incomprensibles trató de expresar sus intenciones, pero no lo logró del todo y la muchacha acentuó más aun su interrogante mirada hacia él, haciendolo arrepentirse de su audaz decisión.
Pero el instinto de sobrevivencia fue más fuerte que su endeble autoestima y logró hacerse entender sin que fuese demasiado penoso.
La guapa muchacha tomó un micrófono y llamó a uno de los instructores para que se hiciera cargo de él y su enorme panza. Al instante llegó un tipo buenmozo el cual lleno de energía, dientes blanquisimos y movimientos preestudiados, le preguntó cual era el objetivo final de sus planes deportivos, ”Bajar de peso?”, ”Ganar masa muscular?”, ”Obtener una buena condición física?”, ”O tal vez, una combinación de todo lo anterior, eh?” - Y agregó, así como al pasar - ”Y porqué no un cuerpo hermoso y atrayente, eh?”, ”Qué te parece la idea?”. Sin más ni más ya lo habia empezado a tutear, cuestión que no supo como interpretár, ruborizándose al sentir la mirada del otro, escudriñando su cuerpo de arriba a bajo y deteniéndola en su colgante barriga de senador romano decadénte.
En el interior del gimnasio, una pesa cayó pesadamenate sobre el piso de linóleo produciendo un sonido sordo y seco. Como un gongón del destino.

Demostró ser un alumno muy eficiente y empeñoso, y al cabo de unos cuantos méses había logrado bajar veinte kilos de grasa, sustituyéndolos por casi diez de fuertes músculos. Si bien es cierto algo de su antigua panza aún luchaba por hacerle la vida imposible, estaba conforme con lo logrado y, seguro además, que al cabo de unos pocos méses más, tendría el cuerpo que siempre habia deseado y por el cual luchaba hora tras hora en el gimnasio.
Sin ser un gran aficionado a los libros, se habia enriquecido, sin embargo, de un amplio y erudito vocabulario, escuchando a instructores, culturistas profesionales que allí entrenaban y, en general, de conversaciones dispérsas que escuchaba por aqui y por allá, mientras atacaba con entusiasmo las pesas.
Pocas veces preguntaba algo y no conversaba con nadie, lo cual creó una errada imágen de su persona cosa que a él no le desagradó en absoluto sino, muy por el contrario, aceptó de buen grado. Daba la impresión de ser un empecinado y muy responsable culturista. Pasaba además por serio, respetuoso y de hombre de objetivos bien definidos. Y aunque algunas de esas cualidades coincidían con sus verdaderos propósitos y su manera de ser, no era tampoco menos verdad que su motivación básica era la de lograr simplemente erradicar el enorme complejo de inferioridad que lo había acompañado durante casi toda su vida, transformandolo ahora en un fanático irracional y totalmente dependiente de los preparados hormonales que secretamente habia empezado a consumir, para lograr un rápido y eficaz crecimiento muscular. Y con ello, un lugar también en lo que él creia era el mundo normal.

Con no disimulada vanidad, habia descubierto que algunas de las muchachas que alli entrenaban le lanzaban una que otra mirada de interés, haciéndolo doblar el peso de las mancuernas con que entrenaba para impresionarlas y llamar aún más su atención.
Había decididio que era tiempo ya de ir a entrenar al gimnasio al aire libre que tanto añoraba! Y a pesar que aún se seguía masturabando en la solitaria cama de su lúgubre cuchitril, sentía que el desvirgamiento estaba cada vez más al alcance de su mano.

Como en todo lugar en donde hay seres humanos envueltos, se encontró con una rigida y muy respetada jerarquía interna. Los más fuertes y musculosos de aquél reino encadenado por los prejuicios, regian despiadadamente sobre los más débiles y todo lo que ellos decian o hacian era aceptado como verdad absoluta sin derecho a réplica ni critica. Y como en toda escala social, constaba también éste orden, de un jerarca superior con una pequeña elite de elegidos a su alrededor.
El Maestro, como se hacia llamar por sus ”súbditos”, era un hombre de unos 30 años de edad, de pelo corto cortado casi al rape, lo que acentuaba aún más la crudeza de su rostro marcado por las huellas del abuso prolongado de anabolas, hormonas de crecimiento y otros esteroides. Tenía los ojos permanentemente inyectados en sangre y no era raro verlo hablar solo mientras atacaba con furia una y otra vez las mancuernas mas pesadas del gimnasio.
Si notaba que alguien lo miraba demasiado, lo atacaba sin piedad levantando a su victima del suelo con una mano, mientras que con la otra le acertaba repetidos golpes en el estómago hasta que el otro caía sin respirar. Porque estaba convencido de que, aquél que lo miraba le absorvia energias de su cuerpo haciendolo más débil y enclénque.
Y cuando levantaba pesos casi inhumanos, exigia completo silencio y nadie se atrevía a violar esa norma absurda de tirano despiadado.
Alabado por su consorte de ser un gran follador, tenia 3 ó 4 amantes que dócilmente aceptaban ser tratadas como esclavas sexuáles y que le concedian sin chistar todas las perversiones que se le antojaban.

Nuestro personaje sentía, por supuesto, una gran admiración por ese paquete de anabolas y aún cuando nunca le habia dirigido la palabra, se sentía como un miembro más de su elite. Entrenaba a las mismas horas que él y de reojo, lo miraba e imitaba casi a la perfección los distintos ejercicios que éste hacia. Ya finalizado su entrenamiento, se tiraba sobre la caliente arena a descansar a prudente distancia del Maestro, pero lo suficientemente cerca como para oir lo que decía. Incluso, se habia cortado el pelo de la misma manera que su gran ídolo.

Cierto dia se atrevió a dar el gran paso y acercandose a su dios, le dirigió la palabra para pedirle consejos e instrucción, lo cual se demostraría más tarde haber sido una idea fatal. ”Maestro! - le dijo con voz temblorosa - ”Quisiera tener el cuerpo que tu tienes y la fuerza que tú posees”. ”Como lo puedo lograr?”. ”Estoy dispuesto a hacer todo lo que me digas, con tal de ser como tú!”. El Maestro lo miró con mezcla de curiosidad y desprecio y con ironia en su voz le respondió: ”Estás verdaderamente dispuesto a todo?”. ”Ok!”. ”Mañana a las 5 de la mañana empezamos tu entrenamiento”. ”Sé puntual pues de lo contrario te arrepentirás!” No hubo amenaza en su voz sino más bien una advertencia implicita. Como esas que se le hacen a los niños: grave pero a la vez suave y tranquila.

Esa noche pudo apenas conciliar el sueño y una alegría profunda lo invadió. Se sentía realizado y lleno de optimismo y las horas se le hicieron interminables de largas. Porque casi no durmió por temor a despertar tarde y no llegar a la cita con el Maestro.
A las 4.30 de la mañana dejó su cuarto y se encaminó a paso calmado al lugar de la cita: un lugar desolado y apartado de la playa y aunque sintió extrañeza por lo desusual de la ubicación del lugar, no se atrevió a comentarlo con aquél.
Aún hacia frio y una tenue neblina se desplazaba desde el mar por sobre la gris arena de la playa. Habia elegido sus mejores ropas para tan gran acontecimiento y sentía prisa y apuro por empezar su entrenamiento que lo llevarian a lograr un cuerpo perfecto: como el del Maestro!

Al llegar al lugar de la cita se encontró con aquél reyezuelo de gimnasios ya esperándolo. Se puso un poco nervioso pues pensó que a lo mejor lo habría irritado al hacerlo esperar, pero su sorpresa fue grande cuando vió que el Maestro lo estaba esperando con una amplia sonrisa en su rostro y una actitud general que nuestro personaje interpretó como amistosa.
Se detuvo frente a él y sin saber que hacer desvió su mirada hacia el mar que parecia un gran caldo en ebullición. ”Sácate la ropa.” ”Vamos a nadar. Es la primera fase del entrenamiento!”, le dijo.
Se sacó toda la ropa y conservó solamente los calzoncillos. Un frio intenso lo invadió y sintió como si miles de pequeños cuchillos le estuvieran penetrando el cuerpo. El Maestro hizo lo mismo y con decisión y sin dudar, se dirigió hacia el mar zambulliéndose en sus frias aguas. El lo imitó y dándo algunas brazadas se situó a su lado. El Maestro dió vuelta su cabeza y lo miró en forma intensa y ya no había amistad en su mirada sino odio y desprecio: ”Hijo de puta!”. ”A mi nadie me dirige la palabra asi como lo hicistes tú!”. ”Y eso no te lo voy a perdonar!”. E irguiéndose sobre el agua, levantó sus poderozos brazos y los dejó caer pesadamente sobre los hombros de nuestro sorprendido personaje, hundiendolo bajo el mar. Le tomó unos cuantos segundos entender lo que estaba a punto de pasar, pero cuando lo hizo era ya demasiado tarde. Dos fuertes brazos lo mantenian allá abajo, próximo al infierno y a la muerte. Se batió en forma desesperada, pero lo único que consiguió fue gastar sus últimas energias en ese intento desquiciado por agarrarse a la vida. La boca se le llenó de agua salada, que rapidamente bajó a sus pulmones impidiéndole respirar. Al cabo de otros cuantos segundos ya estaba todo consumado y, transformado ahora en cadáver, se deslizó lentamente aguas adentro, hacia el cadálzo de la muerte.
Un nuevo día comenzaba a nacer, y un nuevo ser acababa de morir.

”Seguramente le dió un calambre.” ”A quién se le ocurre nadar en aguas tan frias?”. Dijo uno de los policias. ”O a lo mejor estaba borracho”, dijo el otro y prendiendo el primer cigarrillo del día, le dió una profunda aspirada que lo mareó y le produjo náuseas. ”Mierda! Tengo que dejar de fumar!”, dijo y tiró con rabia el pitillo aplastandolo sobre la húmeda arena.
”Se veía bien entrenado, el hombre”, acotó uno de los representantes de cualquier Ley, cuando cerró el cierre de metál del saco en el cual metieron el cadáver.
Y tal vez, fue ese el único reconocimiento que alguien le hiciera y aunque póstumo, es necesario contarlo para no faltar a la verdad.
Porque tarde o temprano a todos se nos hace justicia. O no?

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