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reflexiónes desde las cloacas

Simbiosis. Observaciones de un abedúl

Simbiosis. Observaciones de un abedúl

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Ya casi sin aliento se dejó caer pesadamente sobre un peldaño de la pequeña escala que daba a la puerta de la casa en dónde intentaba pedir refugio. Golpeó desesperadamente y esperó con ansias que alguien abriera para ponerse a salvo, pero sólo un silencio espeso le respondió. Escuchó a lo lejos, los ligeros pasos de sus perseguidores que se acercaban más y más, augurando lúgubre desenlace. Se incorporó con pesadumbre y volvió a correr entre los callejones de aquella parte de la ciudad, hacia adónde lo habian acorralado sus verdugos.
El corazón le latía con fuerza, pero no sólo de cansancio sino también de pavor y angustia. Al llegar a una esquina, prestó atención a unos chirridos de frenos que gimieron a sus espaldas y volviendo la cabeza hacia atrás, percibió con creciente desesperación que dos poderosos focos lo alumbraron casi por completo desvistiéndolo de la seguridad que le ofrecia la oscuridad.

Un motor zumbó violento rompiéndo la quietud de la noche y unas ruedas quemaron rabiosamente el pavimento que las sostenian, hartas ya de no poder frenar y descansar.
Se detuvo unos cuantos segundos para razonar, pero su cordura ya habia sido nublada por la hediondez de la adrenalina que bañaba su cuerpo, y en instinto de sobrevivencia elemental se precipitó en enloquecedora carrera calle abajo, en busca de algo que lo pudiese ayudar a franquear el castigo que ya presentia, y para lograr escabullirse también de sus perseguidores.
Habia elegido voluntariamente ese macabro juego, y ya no podia dar paso atrás.

La oscuridad de la noche ahogaba sus lamentos, y sentia con horror los pasos de sus castigadores cada vez más cerca de él. Es que no se cansan nunca? pensó. Su cerebro aún trabajaba y era asombrosa la rápidez con que lo hacía.
En una esquina giro rápidamente hacia la izquierda pero inmediatamente se dió cuenta de lo errado de tal decisión. La pendiente de una callejuela sin pavimentar se reía a mandibula batiente de él y lo invitaba con una mueca irónica a correr por sobre su áspera lengua mordáz: ”Por aquí!”, ”Por aquí!”, lo llamaba y le decia ”Ven que yo te salvo!”, ”Ven que yo te salvo!” y soltándo carcajadas diabólicas, le mal alumbraba el camino con los famélicos rayos de las pocas y raquiticas lámparas incandescentes, que habian logrado salvarse de las pedradas que diestras manos de niños pordioseros se empeñaban en apagar para siempre.

La vereda estaba anegada de orines y aguas sucias y optó entonces por tomar el medio de la calle aún cuando esto acentuaba el riesgo de ser descubierto por sus perseguidores.
Uno de los vehiculos ya mostraba su trompa luminosa en el entrecruce por el cual habia doblado y frenándo bruscamente, la enfiló hacia su silueta diminuta e indefensa.
El cuerpo mojado de transpiración, las ropas en desorden, la boca abierta buscando aire para renovar sus cansados pulmones, el sollozo estremecedor de la impotencia infantil ante el castigo del adulto, la callejuela riendose estrepitósamente de él, y los ligeros pasos pisandole la sombra. Qué más podia pedir? No tenia nada que envidiarle a nadie.

En su loca carrera habia pasado sin darse cuenta frente a una escuela pobre, la cual al verlo pasar, cerró sus postigos-párpados para no ver lo que se avecinaba. Ya habia visto demasiado y el nochero que transitaba por sus tripas simuló prender un cigarrillo cuando - en el fondo - también quería huir. Siguió corriendo y pasó jadeando ahora por la vereda de una enorme iglesia católica, la cuál con su impunidad decretada parecía cerrarle el paso. Pero, no es ésta la casa de dios? se preguntó con desesperación, titubeando al ver la pesada mampara cerrada. Pero el miedo pudo más que la razón y dándo un pequeño giro para frenar su carrera, se dispuso a golpear la puerta de los cielos para pedir clemencia. Pero se acordó repentinamente y con agustia que la noche era para descansar y que con toda seguridad, dios dormía.
Todo parecia deshabitado y muerto y nadie recurría a sus silentes gritos de ayuda.

Dudó un instánte ante el úmbral de un conventillo. Era un callejón sin salida, aunque porqué debía de ser ésta una alternativa peor que cualquier otra? Nada parecía indicarle que veria el amanecer de un nuevo día, de tal manera que, porqué no?
El suelo de la entrada estaba mojado y fangoso y ninguna luz alumbraba su interior. Era como si todos los que alli habitaban, contenian la respiración al unísono a la espera de algún final definitivo.
Y de improviso tuvo una idea!
Se agachó y enterrándo las manos en el barro se embadurnó la cara y sacándose toda la ropa, continuó con el pecho, los brazos, el vientre, los testiculos, el pene, los muslos, las rodillas, las pantorrillas y tirándose de espaldas sobre el ciénago, untó con lodo toda la parte de nuesto cuerpo que nunca vemos, apagando asi la cara oscura de la luna y puso mucha atención en lo que hacia.
Calculando minuiciosamente su accionar, empezó a darse cuenta que su desesperado plan estaba dando frutos. Su cuerpo comezó poco a poco, de abajo hacia arriba, a mezclarse con el barro que pisaba revolviendo su masa con la masa de la tierra, mimetizándose con ella y en ella. Dentro de sólo unos instantes, seria parte del pedazo del suelo mojado y barroso que estaba pisando.
A lo lejos sintió que alguien tiraba la cadena de un baño, y el sonido que produjo en el silencio nocturno fue como un eructo subterráneo de miles de cloácas intestináles.

Embadurnado de barro todo el cuerpo y completamente desnudo, se sentó sobre la vereda de la callejuela y convertido en bollo de fángo, esperó. Un auto se detuvo bruscamente a la entrada del conventillo bloqueándo la única salida de escape posible. Cuatro hombres portando poderosas linternas bajaron del vehículo y comenzaron a rastrillar el lugar. Uno de ellos soltó una maldición por tener que ensuciar sus zapátos nuevos, pero el deber lo obligó a seguir.
Los pasos ligeros de sus perseguidores se acercaban cada vez más a él, que camuflado de montículo embarrado, se dispuso a aceptar lo que viniese.

Observaciones de un abedúl.
Transformado en abedúl enclénque para no desentonar del paisaje mísero que lo rodeaba, vió como sus torturadores alumbraban con poderosas linternas todos los rincones del conventillo, convirtiéndolo momentáneamente en tívoli triste de esperanzas perdidas.
Cuando uno de ellos lo rozó con su cuerpo, contuvo la respiración para no ser descubierto ni oido, pero se acordó rápidamente que ya no era humano sino vegetal, y soltó todo el aire contenido en su interior para probar el efecto que provocaría.
Sus extremidades-ramas se agitaron levemente y una brisa mortecina levantó un mechón de cabellos de uno de sus perseguidores.
”Parece que se va a poner a llover”, dijo aquél y levantando el cuello de su abrigo lanzó un escupitajo que quedó colgando de una de las hojas de su cuerpo camaleónico.

Después de haber buscado en vano por la callejuela embarrada del conventillo, se detuvieron al lado del abedúl a conferenciar. Ya era más de medianoche y un murciélago confundido cruzó el cielo, pero como éste no era su cuento su aparición no fue más que un accidente fugáz que no se volvería a repetir.
Uno de los perseguidores propuso allanamiento masivo, pues estaba convencido que la víctima se encontraba oculta en alguna de las casas de aquél lugar. Otro planteó que lo más probable era que se hubiese escapado saltándo alguna de las tantas empalizadas que separaban ese conventillo de otros igual de miserables, y que lo mejor era seguir la búsqueda por allá. Un tercero sugirió rastrear los patios traseros pues a lo mejor se escondía por ahí, esperando que ellos se fuesen para dejar tranquilamente el lugar burlándose de ellos. El cuarto, el que habia soltado el escupitajo, recomendó irse a putas el resto de la noche y olvidarse de todo el asunto.
Tales eran las alternativas presentadas en aquél pequeño pedázo del mundo y como si ésto no fuese suficiente, a esa misma hora y muy lejos de allí, alguien recibía el premio Nobel de literatura de manos del rey de Suecia, y se aprestaba a saborear la exquisita cena con que la casa real sueca acostumbraba congratular a tan proverbial individuo, después de magnificarle el ego con un grueso cheque. La proposición de pasar el resto de la noche en morada de rameras fue aceptada por unanimidad y pasando de la palabra a los hechos, se marcharon de alli.

El abedúl comprobó que su nuevo estado, si bien no era nada de envidiar, lo habia hecho insensible a la empatía, a las decisiones por otros tomadas y a otras cosas que ya tendría tiempo en constatar. Pensó en las ventajas y desventajas de su nueva situación llegando a la conclusión de que, en ese instánte, era lo mejor que le podía haber haber sucedido.
Una araña se deslizó por su hilo fino de espumarajo espeso, dejando un pequeño regero de terciopelo suave sobre uno de sus lomos y con la decisión del que sabe lo que hace, se marchó a pescar.

Se despertó sobresaltado al sentir un ruido familiar que no pudo identificar. Era como si un riachuelo estuviese deslizándose por su lado, soltándo leves murmullos al pasar.
La madrugada era tenue y los gritos habituales de los moradores del conventillo, llenaron la callejuela embarrada de lo necesario para sobrevivir un dia más. Y contempló extasiado el devenir de un nuevo amanecer a través de su costra de abedúl.
Constató de inmediato algunas cosas que le harían más fácil aceptar su nueva situación. Podía escuchar pero no hablar, podia oler sin sentir hambre y no se podía mover. Además podia pensar y si ésto era una ventaja o nó ya lo comprobaría con el correr de las horas, porque estaba convencido que su nueva vida vegetal sería temporal, y pronto recuperaría su condición de ser humano.

Mas, dónde estara ubicado el cerebro?, pensó. Porque pensaba, eso estaba claro y lo estaba demostrando en este preciso instánte, al plantearse esa pregunta. A lo mejor estaba en sus raices protegido por la tierra de los acosos del hombre. Asi debía ser!
Descubrió además que también podía mirar y que su percepción visual estaba ubicada en todo su derredor y que en su pequeño mundo especial, no existía ni adelante ni atrás. Y eso era una gran ventaja aunque de qué le podría servir si no se podía mover?
”Dejémonos de pensar en forma negativa”, se propuso y miró a su alrededor para ver el paisaje que lo rodeaba y sintiendo la humedad tibia del caldo amarillento de un perro fláco correr por su tronco, se resignó a su nuevo situación.

Algunos nacen, otros mueren y algunos como él (aunque no muchos) logran también resumir ambas condiciones, en un solo y reseñable acto de simbiótica existencia peculiar.

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