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reflexiónes desde las cloacas

Revolución socialista es también igualdad de géneros.

Revolución socialista es también igualdad de géneros.

DEDICADO SOBRETODO A LECTORES MASCULINOS 

Por Marcelo Colussi (Argenpress) 

¿Cuántas mujeres fueron golpeadas por sus parejas el día de hoy? ¿Y cuántos varones? ¿Cuántas mujeres debieron ser hospitalizadas por causas de esos golpes en el día de hoy? ¿A cuántos varones les sucedió lo mismo?
¿Cuántas mujeres debieron “pagar favores” a varones jerárquicamente más elevados en el día de hoy?
¿A cuántos varones les habrá pasado eso con mujeres jefas o superiores? ¿Qué se habrá utilizado más en el ámbito de la publicidad en vallas, anuncios televisivos, fotos, etc., en todo el mundo durante el día de hoy: mujeres semi desnudas para ofertar algún producto, o cuerpos varoniles?
¿Qué habrá habido más “engañados” matrimonialmente el día de hoy por sus respectivas parejas: hombres o mujeres?

De todos los negocios que se habrán cerrado el día de hoy -ventas de casas, de automóviles, de tierras, compras de acciones, notas de pedido en el comercio internacional, etc.- ¿de qué habrá habido más firmas como nuevos titulares o encargados de las transacciones en juego: varones o mujeres?

 

¿Cuántos varones habrán visitado algún prostíbulo el día de hoy para festejar su “despedida de solteros”? ¿Y cuántas mujeres se habrán acostado con un varón que no sea su futuro esposo para festejar la suya?
¿A cuántas bebitas mujeres se le habrá practicado la ablación clitoridiana hoy para evitar que gocen sexualmente cuando sea adulta? ¿A algún varón en el mundo le habrá pasado algo semejante hoy?

¿Cuántos hombres habrán cobrado su salario el día de hoy, en todo el mundo, como presidentes, ministros, diputados, generales, almirantes, brigadieres, gerentes de empresa, administradores de fábrica o directores de una orquesta sinfónica? ¿Y cuántas mujeres?

¿Habrán llegado borrachos a sus casas, pateando puertas y con ganas de hacer el amor pese a que su pareja no lo deseaba, más mujeres o más hombres en el día de hoy?

¿Cuántos varones habrán abandonado a la mujer que les decía que quedó embarazada de él en el día de hoy? Por el contrario, ¿cuántas mujeres habrán abandonado a su hijo recién nacido?

¿Quiénes habrán trabajado más horas en el día de hoy, sumando trabajo hogareño y no-hogareño: las mujeres o los varones?

¿Y a quiénes habrán condenado más los distintos sacerdotes de las diferentes religiones del mundo por impuros, diabólicos, impíos, pecadores y blasfemos: a mujeres o a varones?

 

Los varones que leamos esto y demos las respuestas correctas no tenemos que sentirnos culpables. O, al menos, no debemos azotarnos con un látigo para expiar culpas. Eso, en definitiva, no serviría de nada -sólo le traería más trabajo a nuestras mujeres, que serían las que seguramente nos van a curar las heridas y llevarnos una comida al lecho de convalecientes, con lo que sólo le traeríamos más problemas-. Pero sí es oportuna una verdadera actitud crítica: ser revolucionario no significa llevar una camisa con la imagen del Che Guevara. Es más que eso. No se trata, entonces, de desarrollar un sentimiento de culpa por el ancestral machismo que nos constituye: se trata de cuestionarlo para no seguir ejerciéndolo.
 

En la izquierda, es preciso reconocerlo, en términos generales ha habido una actitud bastante machista. Pero insistamos con la idea: ello no se debe a una esencia “machista y patriarcal” de la que somos portadores todos los varones genéticamente. Por el contrario, son milenios de cultura que pesan sobre nuestras espaldas. ¿Quién dijo que sería fácil desembarazarse de esa carga?
De todos modos, si nos tomamos medianamente en serio esto de “ser revolucionarios”, de “ser socialistas”, como mínimo debemos considerar muy en profundidad todas las preguntas de más arriba.
¿Qué antídoto oponer al machismo? Ni culpa ni golpearse el pecho: simplemente cuestionarlo. Tal vez no nosotros -quizá también nosotros, y mejor si así fuera- pero al menos, sí nuestros descendientes empezarán a tener otros criterios ante la cuestión. ¿Se puede ser verdaderamente revolucionario no poniendo en cuestionamiento nuestro machismo?
 

El tema de la reivindicación del género femenino, hasta bien entrado el siglo XX, fue casi un tabú en toda la izquierda, en todas partes del mundo. “Vicio pequeño-burgués” era uno de los calificativos más usuales para nombrarlo. “Distractor de los verdaderos problemas de clase”, “tarea secundaria”, “problema que se solucionaría por añadidura una vez logrado el triunfo socialista”, lo cierto es que nunca hizo parte de los valores fundamentales ni de la teoría ni de la práctica revolucionaria.
 

Pero llegó la hora de enmendar el error.
Si bien es cierto que el tema ya está puesto sobre la mesa desde hace un tiempo y que, efectivamente, se han dado pasos importantes al respecto, sigue siendo una agenda pendiente. Para todos, para derecha e izquierda. Sólo para graficarlo con un ejemplo muy explícito: en la “civilizada” Europa -donde no se circuncida a las mujeres ni se las lapida en forma pública cuando son acusadas de adulterio, donde no deben ir con la cabeza tapada ni callarse cuando hablan los varones- la violencia intrafamiliar a causa de un varón sigue siendo la segunda causa de morbi-mortalidad del colectivo femenino. Si es cierto que hemos avanzado, sin dudas aún resta muchísimo por hacer. También -y quizá más que nada- en el campo de la izquierda, por ser precisamente la pretendida vanguardia en el campo ético.

 

La mitad de la población mundial es femenina, por cuanto un mejoramiento en la condición de las mujeres -siempre en desventaja en relación a los varones, independientemente de su situación socio-económica- por sí mismo ya significaría un enorme avance en la repartición de derechos y beneficios de todos los seres humanos. Y aunque su explotación -porque de eso se trata: las mujeres viven en relación d sumisión con relación a los hombres- es de otra naturaleza distinta a la explotación de la masa trabajadora a manos de los dueños de los medios de producción (mayoritariamente varones, por cierto), subsanarla, empezarla a modificar, ponerla en entredicho, puede tener a la larga un valor absolutamente revolucionario.  La revolución socialista no se trata sólo de mejorar económicamente a las grandes masas de desposeídos; implica también terminar con toda forma de injusticia. Y la desigualad de géneros es una de las peores. Si no, que lo digan las mujeres.
 

Mes de Agosto del 2007 


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