Remembranzas de verano
El verano se extingue en su último mangangá
en la ventana semiabierta, último zumbido horada el aire,
el tiempo pierde su importancia,
ronronea el gato, ojos encendidos, agazapados los instintos,
busca, escucha el silencio de las cosas,
recuerdos que cabalgan en su nostalgia
todo se vuelve un lejano gris,
gracia provinciana que se enfuma,
hilo de agua que se hace arroyo
en el lejano tiempo que se fue.
Crecer, fue un parto doloroso,
al final..., caminos de regresos.
Alma y materia de salmón, cambiamos el color del cuero,
volvemos al origo de nuestros desencuentros,
final y comienzo, todo al mismo tiempo,
lejos, al sur del sur, las tierras siguen esperando
con sus higueras bajas, las tres Marías en el cielo
cuando la noche nos quiere dar sorpresas,
y senderos ausentes que invitan
a visitar las tumbas pobres en cementerios orilleros.
Aquí vivió un poeta de otro tiempo,
pluma que versaba en los ocasos,
escribía, escribiendo en piedra dura,
la veleidad del viento en los tiempos.
Estasiábase con un buey coji-tranco ( la paciencia ),
terco, bizco y sordo el otro, ( la desgracia )
para llenar vacíos, complementando las carencias,
un ir y venir, en las huellas del zurco,
rumiando en lo vivido, en el tiempo perdido,
el que nos vamos gastando tranco a tranco,
para curar heridas mal habidas.
Esos amores, luces y colores pasajeros,
nos trajeron el eco eterno de la tierra,
un atrás, un adelante, atajos de los tiempos,
el miedo que enerva y paraliza.
La flor de la ventana nos cuestiona,
coloquios de un verano que bosteza,
supo llorar el cielo en su consuelo,
acaudalando ríos con su agua
y al final, en los mares profundos se descarga
fotografiando los cielos de las tardes.
El poeta, quiere ser luna, noche, aljibe y pecesito
vivir la vida de las variadas formas,
ser gota de agua, lágrima,
pensamiento de novia enamorada,
juego de niño en su obsesivo empeño,
justiciero, que va enmendando entuertos,
la libertad que reaparece y enciende corazones,
el pueblo, siempre el pueblo, capaz de todas las hazañas.
El llamado de la montaña mágica,
libre y sola, antes y después,
roja de misterios, adueñada del astro rey y de la luna,
siempre apareciendo en el espejo de la muchacha mora,
en sus mozarabes sueños de solariega empedernida,
la tierra roja, bocas de las cuevas, garganta de la tierra
la voz de Tellus nos habla desde adentro,
desde el tiempo en que gobernaban los mares,
haciendo la geografía de la tierra,
tiempo álado y sin verguenzas,
cuando la nieve tan sólo era un penacho,
la señal de Cupido,
en tiempos venideros.
En el silencio cósmico solo juega el viento,
tiempos de dioses cabalgando camellos,
vistiendo la ropa del desierto,
Melchor, Gaspar y Baltasar.
Inventaban el amor de aguas serenas,
los cipreses, las albaceas, las aguas del aljibe
las naranjas agrias y los jardines del palacio de la Alhambra.
Vi Granada, lo atestigua un tronco centenario,
un viejo roble que se quedó esperando el tiempo nuevo,
apoyado en un muro de un tiempo viejo
para que alguien lo agregara al último cuento
de las “Mil y una Noches”.
Cierro los ojos para ver
el silencio del silencio,
amores inventados, como todos los amores
quereres que de alguna forma fueron
los espasmos del entonces,
rayo de luna que apresado queda
en las alas de un azul ruiseñor,
posado en la ventana de la sultana,
el código de la hormona que esclaviza
un beso prometido toma forma,
el río prometido se desgasta,
corre el agua buscando su objetivo,
la tierra roja, toda tiembla.
Soraya ríe y llora, sin oirnos.
Alhambra llorando,
mil gitanos llorando la noche,
mil guitarras acompañando el llanto,
mil estrellas redoblan distancias
mil amores enjuagan nostalgias.
Arco Iris de flores que juegan,
a vestir alberjas de un tiempo que fue,
el Almudábar escondiendo puertas,
paredes que lloran sus signos secretos,
las estalactitas colgando del techo,
maderos de cedro, traídos del Líbano
un poco a camello y otro poco a pié.
Héctor Díaz
2014
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