La Galaxia de Anthon
Habla el corazón, voz de no sé dónde
oscuros latidos, dilatados silencios
el ojo, ojo de la tierra, lagrimea,
sucumbirá la galaxia de mi nieto?...
Repite el hombre con la guerra,
escondido sentimiento apocalíptico de la historia,
una vez más, nos perseguimos;
¿ aprenderemos a querernos ?....
Miedo de no sentir el instrumento,
viajando las cuerdas al universo,
diapasón de los sonidos y los arpegios
viejo eco, repiqueteando en la galaxia de mi nieto.
En las travesuras de la Vía Láctea,
viajamos al país de los apremios,
al de la soledad, con un Viernes de asistente,
nos perderemos en la cueva de los hombres.
Con un solo ojo y en la frente,
grabando letras raras en las rocas
inventando el vidrio, domando el fuego,
jugando con la mitología de los dioses olvidados
desafiamos el canto de la sirenas,
atando el sentido al mástil enhiesto
que rascaba la galaxia de las estrellas en la isla de Capri.
No aprendimos a ver del todo,
incapaces de ir más allá de nuestros epitelios,
olvidamos nuestros primeros pasos,
donde lo mío y lo tuyo, no existían.
De salto en salto,
de estrella en estrella,
de nieto en nieto
de sueño en sueño,
donde se acunan lo mejores momentos;
un día de olor a tomillo,
el mujido llamado de la vaca,
acordes cencerriales que cuelgan de su cuello
el cavilar tranquilo de algún perro,
repitiendo el eterno sueño de un ladrido,
contabilazando los anhelos,
supimos del vuelo arisco de los teros,
el grito, como defensa de los miedos,
la sonrisa defendiendo los recuerdos,
la mano extendida, para negar adioses,
la mirada, que te lee por dentro,
porque no somos del todo nosotros,
si alguién no comparte los intentos.
La palabra como puente,
los oídos bien despiertos,
añorando otro viaje,
la terapia de un subconsciente traicionado,
planeta azul, que perdió la cuenta de sus vueltas,
divaga, en la taberna de los muchos olvidados,
espera que el invierno se vista de verano
hombres sin violencias, flores, animales,
novias con sus besos y sus abrazos,
ríos de cristalinas aguas,
apagando las ansias de la guerra.
En esta galaxia epistemológica,
la que se ahoga en fundamentos,
saturada de métodos del conocimiento,
que extermina los tigres, los pájaros y el tiempo,
acelerando la destrucción de lo creado
en un apocalíptico sunami energético,
sin espacio para el mañana y el regreso.
Hombres enfermos de poder, hombres descalzos,
ocaso de los dioses, noches sin sueños,
ausencia del viaje, hacia nosotros mismos,
tristeza mineral, en el más azul de los planetas,
caminos destruidos por nuestros propios pasos.
Del otro lado...
en la otra orilla de la sal, con sus diamantes
están mi nieto y el nieto de mi nieto
y todos los nietos del planeta;
quieren conocer los espejos tensos de la luna,
todo esa plata, lejana, allá en el cielo,
su quietud, su silencio, su lugar, su tiempo.
Galaxia Sur y geografías,
libros viejos, hojas amarillas
imperfecta la polilla, con su idioma morse
recreando alfabetos viejos.
Un polvo rojo es la amenaza,
tarde ardiente,
el día sin aire, sin prisa,
dormía en las alas de los pájaros,
con sus picos abiertos, añorando el agua.
Una nube amarilla derrotaba el último suspiro,
todo era confusamente atómico, radioactivo,
la galaxia del recuerdo, del otro tiempo,
incalculablemente lejos,
como la curiosidad de los que fueron
en ese cementerio de silencios.
Pero del todo no están muertos,
cuando recojo lo que fue de su alfabeto,
sus pedacitos de sufrimientos negros,
el color castigado, describiendos ausencias,
el pedacito chiquito y metafísico
de la larga lista del solar del sufrimiento,
esas voces lejanas de la experiencia,
que nos hacen sentirnos un solo pueblo.
En ese caminito al Sur,
se van mezclando, no solo el zurco y la semilla,
la reja, el terrón, la pampa, el cielo,
sino las ganas de ser de muchos suelos,
tocar la mano árida del desierto,
perdernos en la estepa larga de los abedules,
cruzar los eucaliptus y los ombúes,
abrazarnos con cada uno de los seres
humanos de la tierra.
Tenemos mucho miedo,
se trata de seguir creciendo,
camino largo hacia el Norte-Sur,
tan lleno de sal y primavera,
tan lleno de gente y mar abierto
y se sabe y está en la memoria inmaculada de mi nieto
que el antes, el ahora, se nos pueden resbalar
de nuestro tiempo.
Héctor Díaz
0 comentarios