Un día igual que cualquier otro
I
(Toma de conciencia)
Me di cuenta que el libro que leía tenia su lomo cubierto de polvo. ¿Pasará tanto tiempo entre página y página? pensé, y con algo de indiferencia comprobé además que ese hecho ni siquiera me ruborizó, pero para evitar comentarios irónicos de las quintaesencias frustradas que visitaban mis aposentos de manera regular, lo limpié con la palma de mi mano.
Gaddafi aplasta a los rebeldes que se alzaron en su contra, y si eso está bien o está mal, lo tendrá que decidir el propio pueblo libio. A Japón le llueve sobre mojado aun cuando la radioactividad no es del todo ajena en el país nipón, pienso con algo de sarcasmo y logro dibujar en mi mente los hongos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, encumbrándose en el horizonte de la monstruosidad humana.
Dirce sigue pintando su cuadro con frenesí y mientras lo hace, canturrea una melodía conocida, sinónimo de que está satisfecha con lo que está logrando. Y yo para no ser menos, decido poner una película de Roman Polanski en el box del DVD, porque de escribir ¡ni pensarlo!
II
(Consejos de Pelle en un bar algo convulsivo)
Las frases que había escrito hacia unos días atrás aun flotaban vacilantes sobre el papel que las toleraba, y no lograba encontrar un denominador común que las pudiese unir en algo coherente. La literatura es como el Arte abstracto, me dijo Pelle con tono académico, cuando disfrutábamos de un café en un barcito recién abierto en la esquina de Götgatan con el negocio de segunda mano, en donde compro mis ropas y otros utensilios caseros, tan necesarios para garantizar la sobrevivencia del homosapiens en el universo infinito, en el barrio de Södermalm.
Un pintor abstracto da unas pinceladas por aquí y otras por allá para decorar su obra, sin preocuparse sobre detalles tan pretensiosos como la coherencia, sentenció con sabiduría.
Uno de los mesoneros que se trasladaba por el barcito tropezó con algo y todos los platos y vasos que llevaba en sus manos se estrellaron fuertemente contra el suelo. El efecto fue impresionante: (como si la impresión se pudiese medir. ¿O se puede?) algunos quedaron como petrificados en medio de una mascada. Otros, cubrieron sus cabezas con sus brazos en acto instintivo de protección del intelecto. Unos cuantos (los menos, debo acentuar) se refugiaron bajo las mesas que ocupaban creyendo que se trataba de un atentado terrorista, pero la gran mayoría siguió sentada como cadáveres-estatuas sepultados por la erupción del Vesubio en Pompeya, a comienzos de la era cristiana en el continente europeo. Otro mesonero se apresuró a barrer la destrozada loza del suelo, y todo continuó con su normalidad habitual.
III
(Las frases de marras)
Había escrito que “El hielo de las calles comenzaba a derretirse y los ilegales limpiadores de nieve, ya habían desaparecido de los techos de la ciudad”, o algo parecido. Y también que “Creí que te podría encontrar en alguno de los muelles de Estocolmo pero lo único que vi fue gente mirando el viento, sin darme cuenta que estabas acurrucada en la sombra de tus recuerdos y que sin quererlo, me salté esa hoja de tu vida.” No lograba ver la relación entre esos dos párrafos, aunque ¿porqué tal vínculo tenía que necesariamente existir?
O a lo mejor son el resultado de dos sueños distintos, dijo Pelle y no tuve más que asentir sin dejar de pensar que siempre le doy la razón cuando estoy algo melancólico.
Al día siguiente compré una docena de tulipanes para apresurar la llegada de la primavera, pero ni siquiera eso logró que mi lápiz volviese a rasgar páginas vacías. Decidí entonces volver a lo de las pesas, en el gimnasio cercano al departamento que habitaba. Compré yogurt, cereales deshidratados, fruta fresca, un poco de quinoa andino, albahaca, agua mineral con gas, y un poco de pan blanco para no exagerar y de esa manera no tener porte de santo escandinavo. Quería comprobar si eso de mens sana in corpore sano, me podría ayudar a salir del estancamiento lírico en el cual me encontraba empantanado.
IV
(Las furias de Dirce)
Dirce había terminado su cuadro y estaba inquieta. Estado que era normal en ella cada vez que se encontraba entre un proyecto y otro. ¿Porqué no pruebas a dar una pincelada por aquí y otra por allá? Le dije para poner a prueba la teoría de Pelle. Pero la inmediata reacción de Dirce me demostró que Pelle estaba equivocado. Al menos en este preciso momento. ¿Qué te sucede? reventó Dirce como reactor atómico herido por un tsunami devastador. ¿Eres estúpido o qué!? Me preguntó furiosa, y ella misma contestó tan sensata interrogante. Porque por si no te has dada cuenta, mi estilo no es el arte abstracto sino el hiperrealismo. ¡HI-PER-RE-A-LIS-MO! Es decir, plasmo la realidad en sus más mínimos detalles. O para que lo entiendas mejor: intento copiar la realidad de tal forma que parece una fotografía y no una pintura. ¿Entiendes? “Pinceladas por aquí y pinceladas por allá”, repitió mofándose del tono de mi voz con el cual le había hecho tal proposición ingenua, y agregó con desprecio. ¡Seguro que esa idea la metió en tu cabezota el gran sabelotodo de Pelle! Sentenció lapidaria y cerrando tras si la puerta del departamento que arrendábamos, me dejó solo.
Pobre Pelle, pensé. Porque su única intención fue la de darme una manito para salir de la sequedad de ideas en que estaba atascado. Y la próxima vez que se encuentre con Dirce, va a tener que, además, soportar una cantidad nada despreciable de epítetos despreciativos, además de la permanente amenaza a la cual recurría cada vez que ella consideraba que “si sigues influenciando a mi amante de turno con tus pseudo teorías, te cortaré la cabeza para que dejes de producir tanto veneno intelectual.” Amenaza que, por supuesto, nunca llevó a cabo, pero que sonaba terrible cada vez que la emitía.
Pues bien. Tal vez lo mejor sea dejarlos que se despedacen entre si, mientras yo sigo en esto de pensar en como unir frases dispersas, en un todo congruente.
V
(Fin)
Y como nada más tengo que agregar, termino aquí. Hoy, es un día igual que cualquier otro en la historia de la humanidad.
Guillermo Ortiz-Venegas ®
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