El Otoño
(Visita también: Héctor Díaz )
Dulzura otoñal que se esparce sin apuro. Tiritante multiplicidad cromática de indecisas geografías. La naturaleza, con sus intrépidos y rutinarios cambios, repiten nuestro asombrado entendimiento con cada ciclo anual. En algún lugar de nuestro subconsciente aparece la idea de un gran pájaro, al cual se le quedaron las alas inmóviles y empieza a perder las plumas. Las rocas se llenan de colores, es la última ofrenda del tiempo de la luz. En el descampado del bosque, los troncos cortados a ras, se disfrazan de carnaval. Líquenes, hongos de múltiples formas y colores, compiten en esmerada composición decorativa. Son islas de belleza en la belleza.
Un bicho-peludo con su encrespado mar de olas, se dirige a un destino imprevisto. La maleza de distintos verdores, es el telón de fondo de estos oasis en el contexto de la maravilla circundante. El silencio, crece en este único mediodía otoñal, parece que nada transcurre y sin embargo los colores en sus infinitos registros, no demoran la prematura muerte del verano. Esto se repite desde hace muchos años. El llamdo tiempo de los hombres suministra la mitología que crece en estos alrededores. Los duendes se escapan de la imaginación y adquieren forma material. Los duendes son el suministro de los libros de cuentos ilustrados para niños que los han ayudado a tener un sueño placentero de generación en generación.
El bosque está en nuestra cama, tan adjunto a las maderas de nuestro lecho, como a los fantasmas que habitan nuestro mundo interior. Con el trabajo y el idioma el hombre se ha llevado el bosque a sus casas. Han adaptado la sensibilidad del tiempo en que el bosque era su habitat, a las casas del mundo urbano. En los jardines de las civilizadas mansiones de nuestra realidad sobreviven los troncos talados, decorados con primorosas macetas o latones que se cargan de flores en esta sucesión de ciclos. Todavía hay sol. En la policromía de la luz, cuatro mariposas blancas danzan un belicoso son de calecita. No avanzan, ascienden y descienden en círculos concéntricos.
El amor, la libertad, la vida irrestricta se unen como un dogma, el anti-dogma de la existencia futura, el sueño y la necesidad de la utopía, el zurco abonado donde crecerá la semilla de la paz. Esta forma loca de volar, esta incesante búsqueda de la luz, estas novias vestidas de blanco son un romántico coro de ninfas bailarinas que buscan el desafío de la vida. Las mariposas morirán pronto, quizás en horas, no sobrevirán la noche, sin embargo son parte indeleble del recuerdo, parte indispensable de la historia de este día.
El bosque vestido de otoño, hace historia, sin conocer su cronología, conoce su clorofila, todavía está esperando a los poetas, a los arqueólogos para expresar su carga emocional. En esa identificación psicológica el bosque adquiere su contexto social. Cuando el hombre se hizo campesino, taló el bosque en los tiempos que las distancias eran una desgracia, rasgó la tierra, domó el zurco, infiltró la doméstica semilla que se asentó en el lecho mitológico del bosque. En esta aventura hacia lo desconocido el bosque le prestó al hombre los colores, le hizo crecer hacia la armonía de lo bello ...
Héctor Díaz
2009
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