Unas horas (Renovarse es vivir)
Querida sobrina, la poesía tiene el alma corroída por la noche,
los huertos unen a la gente, una forma disimulada de vivir,
no nos conocemos del todo, el hombre en todas partes
llora, maldice, se ríe y piensa, como si la vida tuviera otro programa
que el de la vida misma.
Creo que ayer fuí a la playa, pensé que el río Santa Lucía me regalaba
su estuario.
Me vinieron ganas de decirle a Paco Ibañez que en Montevideo también
lloran los niños al nacer,
que la muerte existe en todos lados, y los viejos, en su gran mayoría
todavía disfrutan del perfume que despide la gramilla recién cortada,
que entra por la ventana, y si ha llovido, el olor es tan fuerte
que el verano entra con fuerzas por la puerta del recuerdo.
En el barrio del huerto, lo vecinos pintan las paredes
alguien diseña verduras gigantes que se trepan a las casas,
mientras que los viejos ladrillos de los muros, reviven
en el jolgorio de la pintura y la nueva risa, como una nueva dentadura.
Jugar como los niños, donde el tiempo pierda la tiranía,
una niña estudiante improvisa música clásica de guitarra.
Los choclos, los zapallos, los boniatos, los tomates sonríen.
La sinfónica viene una vez al mes, toca para todos,
esto es, no sé en que pueblo de España, el agua hace a la gente igual,
todos se sacan sus calzados, riegan el mañana,- en algo hay que creer
dijo un asambleísta, en uno de esos tantos días repetidos.
Querida sobrina, pienso en la playa,
supongo que fue el primer día de verano,
río con María que se ríe cuando jugamos a las cartas,
en el estuario sustituto que encontramos, donde ella pescaba,
leo en la playa, el libro que te hablaba, donde Dante clasifica
en la lengua popular de su momento.
Los pueblos van y vienen,
la tercera generación ha mezclado su pelaje, sirios, asirios, palestinos,
sudaneses y hasta algún mexicano, el agua democratiza los intentos.
Brown dice en este libro que la superpoblación es el problema,
lo converso conmigo, vaya uno a saber,
todo está en el hilo de los tiempos; nacer, morir son accidentes
el cielo está oriental cuasi celeste, el desfile va y viene por la playa
en pocas horas se viven tantas cosas, el sol se desquita con la gente,
un túnel largo, sin principio ni fin, bajo el suelo renacentista de Florencia,
como la vida misma y esa infamia que se llama tiempo.
Querida sobrina, pienso cosas que ya no me animo a confensarle a los otros,
elegí ser pobre, te cuento, sigo caminando por las ciudades
por el lado de afuera de las casas, por el lado de adentro de los recuerdos,
por el lado izquierdo de los sueños, allí dónde el subconsciente simplifica,
la mano del hombre crea.
Rodó y su parábola, parábola de escuela.
Un niño eleva la copa de cristal, golpeando la misma con su vara de nardos.
Música triunfal se eleva al vuelo, vence los ortos y los ocasos,
la maestra, y el libro de Rodó en su mano, se eleva hacia los astros,
el niño, llena la copa de arena, se apagan los sonidos cristalinos.
Renovarse es juego, vestir la copa de primavera,
el color de la flor, en pleno intento, se llena de pigmento la arena del trofeo,
la muerte se reanima para seguir viviendo,
Rodó, el niño, la flor y la parábola sonríen,
Caminando, con un trofeo nuevo, embelleciendo el día.
Héctor Díaz
2015
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