Como despedida
I
Hermano, me quedé pensando
en la hoja amarilla del ayer,
buscando en el pellejo de una geografía,
la polilla que mordió el comienzo,
alguien enterrando la llave en el jardín,
entreabriendo la puerta, dejó en su despedida,
una bohemia quieta, palabras casi al viento,
la luz prendida del cuarto,
una noche más o menos sin vivir,
la vieja foto de Gardel, en el estante,
una chaqueta escondida en el ropero,
la gastada bombilla compartida,
el olor a humedad de los inviernos,
el tintero y la pluma, el amor por lo antiguo
un gato negro, simulando un cenicero,
la biblioteca reflejada en el espejo,
susurros de una poesía que se niega a morir.
II
Las lágrimas sin recorrido fijo,
contemplan la ventana (de la niña de Vallecas),
que ven pasar la vida.
Llovizna insulsa, que nos moja por dentro,
nostalgias de un tiempo, sin tiempo,
largo suspenso, en yo no sé qué abril.
Las cosas tienen alma,
mimetismo de trastos viejos,
esencias trascendentales,
cosmogonías de los recuerdos,
compases, de un ritmo ciego,
bailarín que entra en los espejos.
Estamos de paso, compañero,
la pluma, la palabra y los versos,
empujando a los sueños,
como herramientas,
hasta quemarnos, por afuera y por adentro.
Adoquines en la protesta,
agujas del reloj, llenas de polvo,
la hora veinticinco de los cuentos,
un pedrusco con otro, son caminos,
rejas oxidadas, arabescos de un portón colonial,
la novia del balcón, con sus esperas,
el piano y el soneto
las once sílabas, del endecasílabo de un verso.
III
Ladrillos carcomidos por el musgo nostálgico del tiempo,
graffittis en las maderas, postigos, tapa agujeros,
un almacén cualquiera, Barrio Sur,
libros que van y vienen, fueron y vinieron,
palabras amontonadas, generosas,
creciendo, en los bancos de los parques,
en las cortezas quebradas de los árboles,
en las noches con lunas y con sueños,
en la diestra expuesta de un viaje alcohólico,
donde dios, no es más que un mal pretexto,
para juntar el fin y los comienzos.
Juntar, los días, los meses, los quinqueños, la vida
volver a comenzar, a lo Sisífo
el polvo inicial y los silencios, el barro largo de los siglos
el agua de los ríos que nos trae el origo,
creando ese tango a rajatabla
la luna Cuneo, hace amacar tu tenue sombra
el césped tranquilo del amor al acecho,
mirando el cielo, contamos las estrellas sigilosas,
inhalando el libre oxígeno de los pueblos,
alma de la ciudad, cantando su pena,
penetra en el jardín de cada uno,
sufre el zumo, dando el sudor color granito,
y después, el milagro de lo nuevo.
Héctor Díaz
9 de julio del 2012
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