Tango de luna (Epitalamio; poema compuesto en celebración de una boda)
Hoy la luna se comió el cielo,
peligrosa la memoria, nos salió al paso
se cayó por el agujero de un rascacielo
en este Estocolmo del mes de abril.
Un polisón de nardos,
la vida quieta de la laguna,
que se tragó el croar de la rana,
dejando dormir en su lecho,
la magnanimidad de lo plateado.
Inexplicable necesidad de la belleza,
de los sencillos epitalamios del vivir,
en este mes de nueva primavera
que nos ofrece algo de su mejor silencio,
dejando su argentiada firma
en una esquina de remolino y hojas secas.
Se nos casó la luna con el recuerdo,
en su otra cara de Judas,
guarda la música de sus secretos,
en su nostálgico patio trasero,
cultiva las flores olvidadas,
las penas de otros cielos,
las otras lunas de mundos extraviados,
en ese sur convalesciente,
que nos tiene atrapados.
Entonces, para esquivar las angustias,
para hacerte un lugar en la parada,
te soñé pegada a los zapatos de la gente
en busca de la calle y de las novias
gastándote en firuletes disfrazados,
asaltando ventanas y tejados
vestida de candombe o de milonga,
de tango, de arrabal orillero y de comienzos,
donde la pampa, de atrevida,
se transformaba en mar abierto.
En tus noche urbanas,
vestías el canto del tranvía,
vía extendida, caminos y regresos
generosa en todo el hemisferio,
fantasiabas de estaño, en el techo
de la siempre viva Estación de la Esperanza.
Sos como la voz del tambor, llegás al cielo
buena, como el agua mansa del arroyo
coqueteás con el charol de los zapatos
te escondés en el mango de plata
del bastón de algún viejo,
te das abierta en la ventana enrejada, de los presos
competís con la paloma blanca de Picasso,
en otorgarle sueños alados a los momentos.
Un día de amoríos te cubriste de ausencias
no sé en que parque de que ciudad, ni que pasado,
era un tiempo sin tiempo, un final sin comienzo
donde las palmeras altas, bajas, flacas, anchas,
estaban escondidas, con verguenza
en esas desoladas avenidas llenas de mansiones
con rejas y techos de la negra pizarra.
Hubo que empezar de nuevo
darle lugar a la voz de los silencios,
organizar de nuevo los idiomas ,
respetar el incipiente balbuceo,
aprender a observarte a la distancia,
desde esta otra inexplicable galaxia de los tiempos,
donde quedan las estrellas titilantes,
las noches de galope en el caballo de la nostalgia
donde a lomo de recordar, me encontré con la luna y la palabra.
Héctor Díaz
26.04.11
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