Macedonio
(Visita también: Héctor Díaz )
Se desborda la brisa y en la pampa
susurra el espinillo su inocencia,
el pampero jugando en el desierto
conversa con el jinete, poncho al viento.
No hay más que distancia, en la distancia,
hacemos este viaje sin regreso,
nos munimos del nombre de las cosas
desafiando el destino de los tiempos.
Arriba, la luna, alumbra el tranco
deja ver el zurco, que cansado
se retuerce en mil formas y pedazos,
ensanchando y desanchando nuestro paso.
Plateada y orgullosa se descansa
rebotando en la copa de algún árbol,
sacándole brillo a los misterios,
escondiendo su timidez en algún charco.
Son retazos de un todo,
ayudan, ahuyentando los fantasmas,
las luces malas y las buenas
que viene discutiendo con el alma.
Mirando hacia adentro,
el otro yo que me acompaña,
el alerta Clarín de cuerpo viejo,
que vive descubriendo la mañana.
Por aquí pasó el amor, cuando era ella
flor de piel, aroma del romero
mirada de azabache, largos cabellos
entrega necesaria, idioma de otros tiempos.
El amor, nos necesita a todos
todos necesitamos sus entuertos,
los torrentes de la pasión primaria,
el potro libre, rodando por el suelo.
El mas allá, la infinita lluvia con su calma,
la primavera reventado con sus ganas,
los colores vivos de las dalias
naufragando en el olor de las mañanas.
Después vino, lo que vino
los cascos secos en la tierra
fósiles de la estampida traicionera,
un infinito, en esta tierra sin fronteras.
El desierto, como destino, o como meta
huir, estar huyendo de la huella
de uno mismo, de los tiempos
del que fuéramos, cuando fuímos,
del que dejamos de ser,
con el derrumbe del sueño y del alma.
Héctor Díaz
27/06/2009
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