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reflexiónes desde las cloacas

Memorándum

Memorándum

(Visita también: Reflexiones desde las cloacas)


Apoyado en la soledad de ropas frias y desconocidas que visten mi contorno, asi como el terno gris y rayado de un fusilado sin juicio, mire la abertura de un marco sin puerta desde donde se cuela una sombra de luz.
Un pasillo semi alumbrado se dibuja en el derredor de la obscuridad que me envuelve, al lado afuera del marco de esa puerta extraña. Tan extraña como la tierra blanda y fértil que pisó el conquistador cuando puso pié en América.

Una amarillenta luz se distingue desde uno de sus espacios y me lláma a seguirla. Un temor incierto me invande mas no sé el porqué de sus raíces, y con algo de enojo deséo que los demonios que agitan mi vida entren todos juntos y de una sola vez, en vez de como lo hacen ahora, de uno en uno. Pero tal vez sea ese el punto, dice una voz lejána. Que te mueras lentamente y con el mayor sufrimiento posible. Puede ser, respondo. Hay una lógica en lo que dices.

Reconocí golpes de hueso sobre hueso en el eco que sonaba en la plaza de mi niñez y dispuesto a cortar por lo sano (o lo insano?) sali a enfrentrar lo que me retaba, con el terror como unico motor de mi decisión de adrenalinas olientes, y sudores mojados. Y con el miedo corriendo por mi boca como babas de niño sin consuelo, el pelo erizado, los poros abiertos, y el aliento contenido para soltar un solo bramido de espanto que me diese coráje, grité “Matháse, matháse” y sali a enfrentarme con el terror de mis pesadillas sin fin.
Y cuando desperté acongojado despues de tal vivencia que me ofreció la consciencia oculta de pecados sin norte, quebré dos huevos sobre una paila de aluminio con la misma decisión de los machetes intolerantes que rompieron cientos de miles de cráneos en Rwanda.

Sigo viviendo, sigo durmiendo y sigo soñando pesadillas que me advierten que todo lo que he hecho también lo he de pagar. Mas cuál es mi culpa? me pregunto, si lo único que siempre hice fue nada más que enamorarme de todos los amores que aparecieron en mi existencia. Con la misma intensidad del moribundo que ama la vida que ya se le escapa, sin control ni posibilidad de corregir errores espontáneos.

Como un piano de cola sin teclas, que trata de crear bellas melodias de su vientre abandonado de instrumento sin sonido audible, pero perceptible a la razón de todos aquellos que lo quieran oir.

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