ADIÓS 2009!
Del otro lado de la noche
(Visita también: Héctor Díaz )
Y no podia cerrar mi blog en éste, el último día del año, de mejor manera posible. A saber, con un fascinante poema de Héctor Díaz, poeta de corazón y mente anarquista, más humano que el propio homosapiens, generoso y solidario por excelencia, pintor admirable cuyas telas no he presentado por impedimentos técnicos y no por olvido consciente, y persona a la cual aprendí a conocer a través de las páginas de mi blog, con el cual tengo una relación de amistad que a mi me place, y espero que a él también.
Y tal vez sea el hecho que yo escriba prosas y no poesia como él, lo cual nos ha hecho aliados y no antagonistas. O a lo mejor yo solo admiro sus poemas. O a lo mejor simplemente nos caémos bien. Un uruguayo y un chileno unidos por el arte sin prejuicios, en la soledad del Polo Norte.
Héctor Díaz es hoy día un flamante nuevo jubilado, y le deséo lo mejor que se merece: tiempo. Tiempo para que siga desarrollando la enorme veta literaria que está a solo razguños de su piel y de su alma, y también tiempo para que siga generando otra de sus virtudes, que yo sé a ciencia cierta, no le ha podido dedicar todo el tiempo que él quisiera; la pintura.
Desde un barrio del sur de Estocolmo - mi nuevo hogar adoptivo le envío un fuerte abrazo, y le deseo una dichosa estadia en Uruguay su país de orígen, al cual visitará dentro de poco.
Y ojalá que siga cantándole al amor, de la misma manera que lo ha hecho hasta ahora: con la pincelada diestra del pintor y la afortunada letra del poeta, unidas en una y sola gran receta fantástica.
Y en vez de mil petárdos al aire, que valga la tenue luz de una cerilla encendida en la noche, para despedir a este pobre año que ya se nos va.
Estimado amigo. Del otro lado de la noche, sugestiva introducción de este trabajo, no es nada más ni nada menos que un límite imaginario. La vida está llena de límites. En las distintas dimensiones de nuestra existencia los límites se manifiestan de mil maneras distintas. La temporalidad de nuestra existencia, la duración de nuestro discurso, el olor de nuestros miedos, la convivencia con nuestros prejucios, no son más que algunos de los límites que ahora se me ocurre denominarlos: Del otro lado de la noche.
Del otro lado de la noche
se pierde el hilo azul de la montaña,
ventana de un vientecuatro de diciembre
con su discurso de nieve y gotitas límpidas.
Insípido frío del vapor, invitan al índice
a exteriorizar sus sentimientos
y un intrépido recurso de barroquismos,
se vengan en el cristal.
Los árboles danzan la música del viento,
abetos desesperados compiten con el cielo,
el cuello de la botella recuerda a Modigliani,
un vaso espirituoso despierta el genio de la justicia
recordando al preso aquel que ya no existe,
dialogando con la paloma blanca
de otro pintor sin libertad,
dibujada en el celdario, junto a una ventana imaginaria.
Trato de no olvidar el olor de tus besos,
tu diestra recorriendo mis contornos,
la primera primavera,
las flores del comienzo del verano,
el día que me hiciste creer que ya era hombre
y recordar
la madre que cada uno de nosotros,
tenemos en algún lado.
Del otro lado de la noche.
el ojo del tiempo, controla mi memoria
semiperdidos, en un plural suburbio
de miles de cuentos,
en cada uno de estos departamentos,
de lágrimas que lloran los cincos continentes.
Del otro lado de la noche,
donde la imaginación hace ciudades,
está la gente,
refugiada en los ojos cuadrados de la técnica.
Los dioses tienen forma de miedo
se habla de recurrentes nombres,
Cristo canta con Jackson, la danza de la muerte
la humanidad solloza de este lado,
del otro somos buenos por un rato
para tragar con alegría el miedo que produce el olvido.
Del otro lado de la noche,
la gente con un nombre a cuestas,
el otro yo de la existencia,
la reiteración de una interrogante,
que se pierde en los anales de la historia.
Del otro lado de la noche,
el mar con simulada indiferencia,
esconde el deseo de los astros,
memoriza los viajes y las quillas de los barcos,
del tiempo en que Colón,
soñara con las estrellas del Zipango.
Del otro lado de la noche,
solo habría silencios,
si el pie descalzo del hombre
no hubiera inventado la palabra,
las huellas y la aventura,
le hicieron tiempo a las manos,
y fue en el tiempo aquel del escondite,
que el hombre se puso a conversar
con sus misterios.
Del otro lado de la noche,
el lecho blando de los ríos
cobijó los anónimos recuerdos
de las flores dormidas.
Tu mano tiene miles de años,
tus pies descalzos, caminan de hace rato,
tu sonrisa es María, Juana, Birgitta
tu mirar algo tenue, que se mantiene
en la distancia,
de éste un veinticuatro de diciembre,
detrás de una ventana,
vistiendo un monstruo de cemento.
Héctor Díaz
31/12/2009
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