Interrogantes
(Visita también: Azkintuwe. Periódico mapuche)
Hay ciertas ecuaciones que son difíciles de entender. Si trabajamos de lunes a viernes, seria fácil suponer que al término de cada semana laboral, estemos cansados y al borde de un soponcio potencial. Y con algo más de dolama sobre nuestra doblada cérviz de asalariado sin más futuro que un entierro sin la voz de Pavarotti, algo desganados y sin muchas energías, no queramos más que descansar.
Por otro lado, cada lunes deberiamos estar frescos y lozanos después de reposo decretado por diálogos impuestos sin discusión democrática.
Y dispuestos entonces a metérle el diente a nueva semana de trabajo - chorreándo energías y con el mismo entusiasmo y la pasión de un adolescente cuando descubre los sabrosos secretos de la vida sexual - deberiamos marchar contentos, rumbo al reloj que marca la entrada y la salida de nuestra rutina cotidiana, en la planilla de puntos de nuestra jubilación vendida al mejor postor.
Sin embargo, éste fenómeno es inverso. Los días viernes, al terminar nuestra faena remunerada y fastidiosa, nos olvidamos de todas las etiquetas que nos imponen las reglas éticas y morales del comportamiento social y también, de lo que es aceptable y no. Estamos dispuestos a zapatear un buen flamenco sobre cualquier suelo o mesa que nos ofrezcan, a seducir a la jóven y bella esposa del vecino o a llamar a nuestro jefe por teléfono y decirle que es un gran cabrón.
En definitiva, nos invade una sorprendente energía, que dura más o menos hasta el Domingo al mediodía, porque ahi lenta pero implacable, comienza a aparecer la otra cara de éste fenómeno. A saber; la angustia dominical. Pero no es ese el tema de ésta reflexión, aún cuando el tema dé para mucho. Entre otras cosas, para definir estados habituales de muchos indefensos. Entre otros, los mios propios.
Qué sucéde entonces cuando llega el día lunes? Lejos de estar como se supone que deberiamos estar (leér más arriba), nos encontramos en un estado de aturdimiento y pasmo. De desconcierto y estupefacción ante una nueva semána laboral que nos espera y la que, como enorme ola desvastadora, amenaza con ahogarnos en su cenagal de espesas reglas y obligaciones absurdas que según se nos dice van a ennoblecer nuestro rol de seres humanos.
Que el trabajo emancipa no cabe duda. Y si no, acuerdense de lo que rezaba sobre las cabezas de las victimas judías del Holocausto, a la entrada del campo de extermino de Auschwitz: El trabajo libera!. Claro! Libera al cuerpo de la vida terrenal, a traves de chimeneas xenofóbicas ideadas por Hitler.
Y el problema con el cual nos encontramos entonces, no es el trabajo en si; sino la relación que nos han impuesto hacia el trabajo mismo. Relación desigual, en la que unos venden su fuerza de trabajo, y otros pagan por la misma. Y por supuesto que aquellos que pagan son los que siempren ganan (ya que son esos además los que sustentan el poder) y los que la venden, los perdedores eternos. Ya que lo suyo se vende a menudo en realización barata.
Una gota de buen socialismo en ésta amárga copa de sinsabores, no estaria nada de mal.
Porque la única solución a la crisis financiera actual, es la abolición del sistema capitalista de opresión y su apéndice, el neoliberalismo, apoyado por oportunistas pro yanquis, que siempre han sostenido la manga de la sartén con una mano, mientras que con la otra frien los sueños de los pobres, y calientan los billetes de los ricos, como popcorn en ebullición eterna. Algo asi como cercenar su propia cabeza con tijera alquilada.
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