El espejo encantado
Mi espejo es mágico. Nunca miente y es siempre fiel a lo que yo le exigo. En el reflejo de su tabla de cristal azogado por la parte posterior, mis arrugas se ven jovenes, y la imagen de mis años rebota en su superficie de material bruñido, sin dejar huellas de mi rostro en el resultado que presenta.
Todos los otros espejos del mundo, sin embargo, parece que se han confabulado contra mi pues en ellos mi cara se ve ajada, los pliegues de la piel que abrazan mi cuello resaltan con cruda nitidez, y la obviedad de los años pasados sobre mi cabeza flotan por todos lados, como si fuesen porciónes compactas de excremento humano en un recipiente de tiempo limitado.
Prefiero entonces la maravillosa imagen que me ofrece mi espejo mágico, porque nunca manifiesta lo contrario de lo que se sabe.
A las 01.32 de la madrugada el cielo estaba cubierto de nubes negras. A las 02.11 su color era de un gris azulado, y será esa la sensación que produce un amanecer en el Baltico? me pregunté y comencé a suspender mis sentidos y otros movimientos voluntarios, para suponer que todo seria para mejor.
A las 02.58 el cielo estaba claro y el sonido del motor de una lancha rompió la quietud de la noche despertando a mis vecinos. A las 02.59 estos se alborotaron y perdiendo toda compostura comenzaron a chillar. Y tal vez sea necesario explicar - para que no queden malos entendidos - que mis vecinos son un rebaño numeroso de corderos, que apenas algo los despierta, empiezan a corear melodias muy desagradables de tonos desafinados. Beeeeeeeeeeeeee, cantan unos con voces aguardientosas y beeeeeeeeeeeee, responden otros de la misma manera. Toda la noche...
A las 03.16 decidí llenar de perdigónes la escopeta de caza de mi suegro para acallar para siempre ese sonido primitivo, pero la hermana de mi amante de turno me convenció con el infalible argumento de una noche entre sus piernas, de que todo ese barullo no era más que una pequeña parte de la vida cotidiana en el campo.
A las 05.09 logré separarme de sus muslos y decidí que ya era hora de desayunar para luego ir a pensar.
El cielo estaba sin manchas cuando me lavé los dientes que me quedan, para no espantar a nadie con mi aliento, cuando noté con algo de extrañeza, que al otro lado del espejo que cobijaba mi presencia temporal en ese lugar, me miraba un ser desconocido. Quién será? me pregunté algo confundido y cuando levanté mi mano derecha para alizar mi pelo, noté con sorpresa que el otro hizo lo mismo, pero con la mano izquierda.
Y a lo mejor entenderan entonces porqué amo a mi espejo mágico, que nunca desobedece mis aspiraciones de Casanova desdichado, algo ajado y arrugado.
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