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reflexiónes desde las cloacas

Me caí del mundo

Me caí del mundo

Y sin embargo...

las pocas palabras que acompañan

decoran un  pensamiento escaso,

donde subyace mi ignorancia crasa.

Mi caí de este mundo,

o nunca estuve preñado en sus encantos,

ni compartí la torta y el reparto

de muertes de guerras y holocaustos.

Me faltó la energía del estado,

la virilidad, del militar o del soldado,

la falsedad del clérigo predicante,

en un camino hacia dios, inescrutable.

 

Ni espié, ni condené a mi vecino

no tuve en cuenta el color de piel del semejante,

la diversidad sexual del que acompaña

ni la forma de hablar de quien se expresa.

No me agradó la cámara de representantes,

con sus salarios siempre altos, exagerados

ni me agradaron los reyes y reinas y principados,

ni los estados libres y “democráticos”.

Que me caí y me he caído para siempre,

de dictaduras de izquierdas o derechas,

de los frentes bajos y de los frentes anchos,

de las gerontocracias  del vaticano

y del papado.

 

Yo no soy de este mundo,

herencia del mundo del pasado,

tan solo un soñador lozano,

que se caga en todas las herencias.

Las tradiciones tienen sus rancios contenidos,

alboradas y canciones a las guerras,

el coraje absurdo de morir matando;

la bandera, que representa nuestros miedos,

se alza victoriosa contra otra bandera.

Estamos corriendo al enemigo,

es nuestra voz la que estamos alcanzando,

son nuestras balas, que nos van matando

así seguimos repitiendo los abismos.

 

Me acuerdo de tí, juntando mariposas

coleccionando aromas,

profesor de calas o cartuchos,

observador precoz del color de las rosas.

El blanco del jazmín te impresionaba,

la gota de miel del higo impregnaba tus ojos,

las glicinas te copaban los sentidos,

adorabas el sol en las mañanas.

Decorabas ideas necesarias,

plantabas libertad en los canteros,

te bebías el vino del silencio,

esperabas, con la paciencia a cuestas,

el terrón, la línea y el rastrillo

la azada, y un beso a la semilla

las manos en la tierra prometida

que darían el fruto incontrolado.

 

Que no nos roben la libertad de nuestras manos,

las que usamos al escribir, hacer un verso

acariciar, acariciar al nieto, al gato, al perro

al aire y obtener tu sonrisa.

La libertad está en las pequeñas cosas,

la pluma antigua de escritura,

el papel secante y los zapatos viejos

la maestra, la escuela y la gota de lluvia.

La historia la hacen los pueblos,

los historiadores son solos sucedáneos,

Los literatos pueden describir algún momento,

tan solo los poetas levantan los épicos esfuerzos.

 

La piedra de la huelga es necesaria,

la gente es importante en la calle

el vidrio roto y la protesta,

hasta que alguna vez se repartan bien las cosas.

Hasta que alguna vez,

se caiga el uniforme,

entre el sol en tu alma,

entiendas que tu coito

va de la mano del coito

de otras almas.

Me caí de este mundo,

o me hecharon,

yo no soy un financista apresurado,

ni un ladrón que quiere ser financista,

a la vera del camino,

sin el poder que encandila los ocasos,

no me acompañan más que las palabras

que no sé como se prendieron

a la suela de mis zapatos mal habidos.

 

 Héctor Díaz

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