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reflexiónes desde las cloacas

Armonia impúdica y cotidiana

Armonia impúdica y cotidiana

Este cuento fue presentádo en un concurso literario en Chile. Creo que fue hace un par de años atrás. Y quién lo organizó, no me acuerdo. Lo único que si recuerdo es que no ganó ni el primero, ni el segundo, ni el tercer premio. Pero si, ganó un "premio especial". Y si lo léen se darán cuenta porqué. Mi modesta opinión, es que deberian haberlo tirado a la basura de los desechos literarios. Suerte en la lectura!
Guillermo Ortiz-Venegas


Se dió vuelta en la cama y tropezó con el contador de horas que habia heredado de su abuelo. Lo habia recibido de regalo cuando se desvirginó una mañana cualquiera del siglo pasado en que todo el mundo descansaba, con ayuda y gracias a la generosidad prestada para tal ocasión de la hija del sastre de la esquina, que no creia en eso que los domingos eran fiestas de guardar, y trabajaba siete días a la semána. Y era su hija entonces quién guardaba entre sus blancos muslos, lo que su padre ignoraba.

El reloj dió las tres de la mañana y ninguna mujer entibiaba con su aliento cálido y fresco, su espalda descubierta cosa que le sorprendió.
”Ashla deberia estar a mi lado”, pensó pero el sopor de la vigilia no le permitió seguir especulando sobre la ausencia la mujer.
Levantó la vista hacia el techo de su alcoba y doblando los brazos tras su nuca intentó contemplar el alcázar que lo rodeaba, mas nada pudo distinguir.

Se levantó en silencio para no despertar a los fantásmas que por ahi merodeaban, y sentándose al borde del crujiente catre que cobijaba los olores de sus manchas, tomó la decisión de bajar al piso inferior de su casa sin ponerse calzoncillos. Dormir en pelotas era una de las pocas libertades que aún le quedaban. Algo asi como un pedazo de mantequilla expandida con mucho cuidado sobre un trozo de pan rancio.

La oscuridad de la noche le ayudaria además a camuflar sus partes intimas. Porque a pesar de que poco o nada le interesaba esa mundana problematica de esconderlas o no, la mojigateria de la moral oficial le exigía lo primero.
Pero se convenció a si mismo que lo que hacia era correcto, cuando dedujo que si sus testiculos se balanceaban libres, pues a quién le podria importar tal movimiento pendular, si nadie los veria en la soledad oscura de una noche como esa.
Y como nadie lo contradijo, se sintió amparado en la conclusión final de ese debáte nocturno, y soltando un suspiro de satisfacción las emprendió escalas abajo, a la piedra de toque de su hogar.

Se sentó en la comodidad de su sillón favorito – el sillón mágico – dejándo caér todo el peso de su presencia sobre aquella delicada superficie, mas no pudo evitar sentir un ligero malestar cuando se le ocurrió que a lo mejor estaba profanando con su impertinencia, el resultado exquisito que tapizadores y albañiles habian logrado con su obra maestra, y que ya terminada, soportaba ahora todo el peso de su humanidad carnal.

Picasso lo observó desde la incómoda posición que le habian impuesto al clavetearlo en una pared sin alarmas, y arugando su mirada, lamentó que vendiesen aún litografías baratas de su obra genial. Pero nada pudo apelar, puesto que sus restos ya no eran suyos sino patrimonio universal, y pertenecian a todo aquél que tuviese la buena voluntad de ofrecerle a sus obras, un lugar privilegiado en su casa sin polvos del tiempo y algo de buena iluminación.

El humo eterno de los cigarrillos de los vecinos se empezó a colar por las rendijas de su terraza e inmediátamente tomó la decisión de – a corto plazo y con carácter de urgencia – cementar su puerta para evitar tabacazo ajeno, pero también para acentuar el ruido del silencio.

El ladrido del perro de uno de sus vecinos lo sobresaltó, justo en el instánte en que se disponia a orinar en el macetero que soportaba en su medio artificial, la planta favorita de su mujer, y soltando una carcajada incontrolable, se preguntó si aquella interrupción no habria sido producto de una inspiración infernal o de maldición divina.

Un espontáneo estornudo ocasionado por un pedazo de polvo que se habia salvado del holocausto del paso de la aspiradora por los dominios de Picasso enclavado, cortó por un instánte su racionalidad y perdió también por unos cuantos segundos, su capacidad motórica innáta.
”A lo mejor son precisamente esos momentos en los cuáles la población europea se encuentra sumida, cuando vota a favor de pertenecer a la Unión Europea. Es decir, irracionales y paralizados”, se dijo y tomando una servilleta de papel, se limpió las fosas nazales ocasionando sonidos de trompetas desafinadas.

Un gañan en moto que dió por pasar por la calle en que vivia, se preguntó con algo de espanto que ”quién puede estornudar de esa manera en el mundo cristiano?”, creando ipsofacto un prejuicio contra los no-cristianos, cuestión de la cual nunca fue conciente. Y acelerando a fondo el motor de su máquina, se alejó de alli a toda marcha para no tener que ser una vez más, testigo acústico de sonidos pagános, primitivos e incivilizados.

Cuando sus pupilas se habituaron a la oscuridad, observó que Ashla lo escudriñaba con pasión agitada desde el otro extremo del sillón mágico, y que abriendo la prenda nocturna que cobijaba su caliente cuerpo le ofreció sus generosos pechos, para que bebiera algo de la savia de vida que aún le quedaba y que ella celosamente habia guardado para ocasiones como esta.
Y el alba de un nuevo día demoró su luz para darle tiempo a que bebiese un refrescante jugo de mujer, sin el acoso del horario rutinario de un día dividido en obligaciones sin mucho sentido.
Satisfecho el acto y sin ningún comentario al respecto, se incorporó de su cuerpo agitado y clavando la mirada en la pantalla vacia del televisor que nada le decia, optó por concentrar su atención en el sonido de aplausos provocado por la lluvia que caia sin cesar sobre el techo de su casa, y también sobre su vida.

”Tal vez sobre la tuya, pero no sobre la mia!”, le gritó el repartidor de periódicos en esa mañana lluviosa y gris, desplegando un enorme paragua negro y lo dejó afuera de la posibilidad de ser feliz.
”Pero qué haces!?” le preguntó con asombro no fingido, y una gota de sudor se desprendió de su cuello, desplazandose por su pecho como lombriz angustiada, hasta que logró llegar al punto contrario del lumbago.
”Cerraré el paraguas!” le respondió el repartidor, y corriendo feliz por las calles mojadas de su pueblo natal, desapareció de su espacio visual cantando Singing in the rain… I´m singing in the rain… y nunca más lo volvió a ver.

Cuando un nuevo día depuntó en el alba del día siguiente, el televisor ya habia comenzado a transmitir sus banalidades acostumbradas y lo apagó sin remordimientos de conciencia ni pesar alguno.
Ashla aún dormia en el sillón mágico y recordó que su propia presencia y persona jurídica se habia quedado dormido sobre el teclado del computador, estampando la siguiente cifra en su pantalla: 647788888888, con la ayuda de las arrugas que pavimentaban su frente y se sorprendió que esa cifra no fuese más larga.
”Es que tengo la frente tan estrecha?” pensó y para conformarse concluyó en voz baja que ”lo que pasa es que estoy bajando de peso!”.

Pero sus lentes estaban rotos y maldiciendo su mala suerte los reparó con pegamento barato, pues no tenia los recursos necesarios como para pagar la visión libre que ofrece la democracia con lentes.

Se lavó los dientes con furia para sacarse el gusto de una mala noche, y se le ocurrió pensar que los yanquis seguian asesinando en forma impúne en nombre de una supuesta lucha ”contra el terrorismo internacional”, pero que a pesar de todo, el mundo seguia girando de la misma manera como lo habia hecho durante millónes de milenios.

Se acordó de la vieja bruja de Talagánte y pensó que a lo mejor era parienta de la mujerzuela Hiriarte, esposa del Homosaurio. ”No puede ser de otra manera!” se dijo convencido. Y confiando en la seguridad que le ofrecian esos nuevos conocimientos adquiridos, tomó la decisión de aplazar la vida un día más para aprovechar al máximo la energia que ofrece el instinto primitivo de la sobrevivencia, para de esa manera decirle hola! a su mujer, como reconocimiento por años transcurridos.

Pero no crean ni por un instánte que mi pasado no me persigue! Porque en cada Navidad prendo una velita eléctrica en mi árbol navideño de plástico irrompible, disparo unos cuantos cuetes al aire cada vez que al calendario se le ocurre cambiar de año, y en mi cumpleaños degullo algo de torta, cuyos trozos se me atragantan en el pescuezo, pues no augurian primaveras sino otoños. Pero la digiero sin chistar para satisfacer a familiares, conocidos desconocidos y oportunistas de toda especie.

Y antes de comenzar un nuevo día, apoyé una mejilla sobre las tibias caderas de Ashla pensando que pronto llegaría la hora en que mi mujer me diria ”buenos días”, en ese instánte matinal en que todavia semiadormecidos y poco atrayentes por las huellas de la noche en nuestros rostros y alientos, nos encontrariamos en el baño común de esposados legáles.
”Qué tendrán de buenos?” le responderia yo como de costumre y guardariamos silencio para no provocar al pasado con nuestro presente. Y era lo único que necesitabamos decirnos para sobrevivir año tras año.

Y mientras besaba una de las nálgas de Ashla, me acordé de un trozo de un poema de Dylan Thomas:

Me has olvidado?
Soy el hombre al cual decias amar.
Yo acostumbraba dormir en tus brazos.
Te acuerdas?

Comenzó a llover y nos escondimos de nuevo. Y ya nada más tuve que escribir sobre estaciones del año, fenómenos metereológicos, o relaciones humanas.
Alguien afirmó que ni a nuestros progenitores ni a nuestros vecinos los elegimos nosotros. Se nos imponen! Igual que las estaciones del año y un sinfín de cosas más.
Y la armonía de mi vida, volvió nuevamente a ser total.

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