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reflexiónes desde las cloacas

Los Barroso, así vive una familia sin luz en 2016

Los Barroso, así vive una familia sin luz en 2016

ESPAÑA EN MI CORAZÓN

Un piso de 104 metros cuadrados a oscuras. Unas persianas bajadas y rotas. Un termómetro que marca 15 grados centígrados. Un viejo televisor apagado. Un microondas que solo te da frío. Un frigorífico sin vida como un ataúd blanco. Un niño de 10 años caminando a tientas por el pasillo, chocándose con la puerta, con las manos por delante como un sonámbulo. Y estas enormes sombras -grandes como dudas- que la luz de las velas refleja en las caras y en la pared del salón.

Las menos tenebrosas son las que le hace el padre al hijo. Al terminar la jornada.Como si estuviéramos en una cueva de Altamira y no en un piso de Vallecas.

-Jugamos un ratito con las velas. Le intento hacer animales con las manos. El conejo, la serpiente... Él hace la paloma...Cuando nos cortaron la luz, alguna vez he pensado que es mejor dormir y no despertar. Luego pienso que ellos no tienen la culpa. Supongo que la culpa es mía. Por no saber hacer más.

-¿Y cómo se le cuenta todo esto a un niño?

-Cuando era más pequeño le decía que era una avería eléctrica. Ahora ya le cuento la verdad: no hay luz en casa porque no tenemos dinero para pagarla.

Vivir sin luz como en una topera. Pasar semanas y semanas con los electrodomésticos en silencio como una burla chillona. Lavar la ropa desollándote las manos. Cocinar como lo hacían los primitivos. No ver la mierda que se va acumulando poco a poco en el suelo, en los armarios, en ese rincón del baño que no tiene ventana. Y sentir un voltaje interno de tristeza y frío.

En España viven así 1,8 millones de familias y EL MUNDO acompañó durante varios días del mes de marzo a una de ellas.

«Señores de Barroso», se lee en la placa de la puerta. Y al atravesar el dintel te orientas por los ruidos o los tres cirios que hay sobre la mesa.

«Señores de Barroso», se lee en la placa dorada, arañada y vieja. Y dentro está Juan, que no trabaja en la construcción desde hace casi siete años. Y Dolores, que la última vez que lo hizo fue limpiando en el Banco de España, donde cobraba a un euro y medio la hora extra. Y dos hijos de 19 y 16 años que no tienen nada que hacer. Y un niño de 10: hasta que les cortaron el suministro eléctrico, el pequeño de los hermanos sacaba todo sobresalientes.

Ésta es la quinta vez que les han cortado la luz. Les vamos a contar cómo se vive cuando le das a un interruptor y no sucede nada.

O peor: les vamos a contar cómo se vive cuando le das a un interruptor, no sucede nada y entonces arde todo.

EL CORTE DE LUZ

El día en que les cortaron la luz por quinta vez era de madrugada. Juan se acuerda perfectamente de eso porque estaba escuchando a José Ramón de la Morena en la Cadena Ser y de repente le pareció que aquella pausa tan prolongada iba más allá de lo meramente radiofónico.

-Se hizo el silencio. De golpe.

-¿Y te dormiste?

-Qué va. Me levanté. Comprobé que era lo que yo imaginaba. Y ya no me dormí en toda la noche.

Amanecemos en lunes. Hace dos semanas que esta casa está a oscuras y Dolores nos cuenta cómo se sobrevive en braille.

«Lo primero que haces nada más levantarte es hacer el desayuno, la comida y la cena. Porque si no luego ya no ves. Luego lavo a mano (mira estas manos rojas, me duelen como si tuviera reuma) y lo dejo por aquí colgado [señala al salón en tinieblas], porque entra algo de claridad de la calle y en las habitaciones las persianas están rotas. Con cuidado, para que las ropas no ardan por las velas».

Hoy Juan no ha desayunado y el hijo pequeño ha tomado lo único que había. Un zumo de no sabe qué.

A las seis de la tarde, el salón se ilumina gracias a una franja anaranjada de luz que entra por un resquicio de la persiana vencida.

A las siete Juan ya saca los mecheros y las velas.

A las ocho nos vemos las caras como si estuviéramos en torno a la hoguera nocturna de un campamento de verano.

Nos dicen que si gustamos. Por lo que nos ha costado el taxi -14 euros- se podrían pagar las gotas que necesita Juan para las cataratas. Contestamos que no.

«Cenamos en una salita, con un par de velas. Solemos hacerlo juntos. No hablamos mucho. Uno no sabe lo que hacer. Me siento un inútil por no poder darles lo que se merecen».

HUBO UN TIEMPO

Nunca han ido de vacaciones. El niño de 10 años no conoce la playa («No sabemos lo que es eso»). A la piscina han ido en tres ocasiones. Una vez Juan le regaló una rosa a Dolores, cuando le quitaron los dientes por una piorrea. Una tarde fueron al cine con el pequeño, pero no se acuerdan de qué iba la película. Ni del título.

También hubo un tiempo en el que las cosas fueron mejor. Cuando Juan era ayudante de la construcción y ganaba hasta 1.500 euros. Cuando Dolores cuidaba a ancianos. Cuando le dabas a un botón, sonaba un clic y veías las cosas de otro modo.

-El chico pequeño me dice que por qué no pagamos la luz.

-¿Y?

-Yo le digo que si pago la factura no puedo comprarle unos filetes de pollo. Y ahí se queda callado. Y se da la vuelta y se va.

Permanecer en casa es concederle terreno a la ceguera, a la falta de aire, a la gangrena. Por eso Juan sale a pasear aunque llueva. Por eso siempre se baja con el pequeño a la calle a jugar al fútbol hasta que se esconde el sol. Incluso hasta más tarde.

-Cruzas la puerta. Entras a casa. Se te cae encima. No hay nada que hacer. Te dices: qué hago aquí dentro. Entonces te acuestas.

Lo bueno de esta tarde noche es que hay partido de Champions. Y entonces pueden bajar al bar JJ a verlo. Y entonces el padre y el hijo tienen una razón para acostarse más tarde. Como las personas normales. Y no a las ocho.

-Alguna vez se ha ido a la cama sin cenar. Ese día me dijo que tenía hambre y yo me abracé a él hasta que se durmió... Ahora dormimos juntos porque tiene algo de miedo por la oscuridad. Me emociona mucho cuando me aprieta la mano. O me pasa su brazo por encima de mi hombro en la cama. Me emociona... El abrazo, no sé.

El Atleti ha ganado. Juan se asea gracias a un barreño de plástico. Hoy sí ha cenado. Dos huevos fritos con pan. Con pan de ayer.

YA ES MIÉRCOLES

Dolores dice que por culpa del corte eléctrico no puede ver Gran Hermano. Juan opina que es la única cosa buena desde que no hay luz.

Cuando uno no tiene agenda, ni trabajo, ni un calendario marcado con cruces rojas, el día puede llegar a durar tanto que lo terminas pareciendo un abuelo de ti mismo.

El de hoy comienza llevando al niño al colegio, continúa con Juan entrando en la biblioteca Rafael Alberti para cargar el móvil y leer revistas de historia, sigue con nuestro hombre andando tres kilómetros para dejar un currículum en el Mercadona, yendo a un par de obras (en la segunda le piden el teléfono), entrando en la parroquia del Fontarrón para hablar con el cura, que a través de Cáritas se ha hecho cargo de la factura de la luz.

-Juan, que sepas que aquí te podemos dar bolsas de comida de vez en cuando -le recuerda.

-Ya. Pero ya sabe usted que no. Ya me dan comida en otro sitio. Prefiero coger yo una lechuga y no dos. Para que otro que la necesite pueda tener una.

Dolores es muchos dolores. Fue mujer maltratada con otra pareja anterior, madre con 21 años, hija abandonada por el padre y otras cosas que cuenta bajito.

Y también escribe poesía.

Nos trae unas hojas escritas a mano. Las leemos. Anotamos dos versos: «A veces en la oscuridad/ vemos con mayor claridad».

-Vamos a comer alitas de pollo -y allí están las alitas, frías, intactas. Y entonces nadie come porque el periodismo a veces es grosero y estamos esperando a que empiecen a hacerlo para hacerles fotos.

-Vamos a comer alitas.

-¿Y de segundo?

-Nada más. Nosotros solo comemos un plato.

JUEVES

Cuando todo está oscuro uno tiene la sensación de que los ruidos se oyen mucho más. Ahora mismo. Con una cadencia exasperante: la que araña furiosamente la puerta de la cocina como si fuera un gremlin malo debe de ser la perra.

-¿Tenéis animales?

-Sí -contesta Dolores-. Dos perros, Blanca Rubi. Y tres gatos: ChispasBuyo yNegro. Este último estaba abandonado en la calle.

-Vaya lío, ¿no?

-Mucha gente en nuestra situación los habría echado a la calle, pero nosotros no: si nosotros comemos, ellos comen; si no hay, no hay para nadie. Cuando Dios se inventó la comida lo hizo para que la repartiéramos entre todos.

Aquí la comida es posible por la ayuda del hermano de Dolores, la suegra y los ingresos de Juan haciendo arreglos esporádicos de jardinería o ayudando a repartir libros a un amigo.

-Por las tardes voy a recoger al niño al colegio. Y hace los deberes en otra habitación donde se ve un poquito...

Si tuviera un equipo de música, nos confiesa Juan mientras la perra sigue arañando la puerta, nos pondría el Viva la vida de Coldplay.

Y se hace el silencio.

VIERNES

El niño de 10 años trae las notas cerradas en un sobre y hasta nosotros lo celebramos -«a ver, que las veamos»- como si fueran las calificaciones de un ahijado. Como si hubiera luz para verlas.

Un Sobresaliente en Inglés. Un Notable en Matemáticas, en Educación Física y en Valores Sociales y Cívicos. Un Bien en Ciencias Sociales y en Lengua. Y una nota de la profesora: «En casa podría estudiar más».

-Se lo expliqué a la maestra. Le dije que nos han cortado la luz y que por eso le estaba costando más. Me ha dicho que el chico vale mucho, que no me preocupe, que si se lo propone puede ser lo que él quiera. Y yo lo que quiero es que sea buena persona, ya ves.

(...)

Dolores se ha pintado y está muy guapa. Juan se ha afeitado. Los dos sonríen. Aquí va a pasar algo.

-Tengo un regalo -nos dice Juan.

-¿Cuál?

-Dale -señala al interruptor.

Le damos. En la lámpara de globos a lo Cuéntame se enciende una bombilla de pera. Vemos la casa iluminada. No es mucha luz, parece una luciérnaga esmirriada. Pero a ellos les parece el faro más salvaje del mundo.

Lo más probable es que en el mes de mayo les vuelvan a cortar la luz. Ahora caigo en que al niño no le hemos visto sonreír ninguno de estos días.

-Le pregunto al pequeño qué quiere ser de mayor y no dice nada. No sé por qué, pero no dice nada.

  • PEDRO SIMÓN, El Mundo
  • Madrid

guillermo_suecia@hotmail.com

 

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