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reflexiónes desde las cloacas

Los Macacos Aproquidos

Los Macacos Aproquidos

(Visita también: Héctor Díaz )

El meollo de la vida es la muerte, dijo Pelle y rompió a reir. Y para entender esa ecuación no hay más que morir para poder relatarla, agregó y su rostro se puso más rojo que la bandera de la URSS que aún cuando ya no existe, tuvo ese color como simbolo de su grandeza. Sin embargo no pude distinguir si enrojeció por su afirmación o por pudor controlado.
Se mordió el labio inferior, y sujetando sus pensamientos para que no se fueran al cadalzo de la prisión de Google y su celda el Wikipedia, se mordió la uña del meñique de su mano derecha, pues la izquierda está imposibilitada para tales menesteres por razónes ideológicas! gritó Pelle y el rugido que acompañó su declamación fue más satánica que los pensamientos llenos de odio y maldición que maullé con mi voz de niño llegando a la pubertad, en contra de mi primera amante-adulta que aparte de ofrecerme el calambre exquisito de mi primer orgásmo, me regaló de paso una buena gonorréa que tardó más de un par de decenios en sanar.

Si quieres sentir el silencio absoluto tienes que ir al desierto de Atacama, me dijo la voz de mis recuerdos, a la cual sin mucho pensar le respondi que tu nunca viviste veintidos años en Salem, alli donde el silencio es más pavoroso pues toda su geografía está plagada de casas y seres vivientes de toda laya.
Caminar por sus senderos es como caminar por la nada. Nadie habla, nadie escucha. Nada suena, nada existe. El menor quejido se transforma en trueno, cuando la zoologia de la pachamama hace crujir el piso de sus casas con cualquier paso que dá un insecto. En Salem ni el amor parece tener sentido y nadie oye sus caricias y lamentos agitados.

He decidio ir a tirar mis huesos cansados al Uruguay. Por allá por Colonia cercano el ferry que une la provincia oriental con Baires, por el paso de la Boca donde venden biffes gruesos, jugosos y carnales. Y quiero estar cercano a la capital federal, pues fue esta ciudad de grandes avenidas y obelisco exagerado, la que me ofreció refugio cuando más lo necesitaba. Porque a pesar que el tango no pertenece a mi música favorita, no le hago el quite a un buen trozo de Astor Piazzola, ni tampoco a uno de Gardel. Pero tampoco a un pedazo del viejo Cafrune, que aunque no haya sido tanguero, tenia un fantástico vozarrón transandino que logró convencerme que Victor Jara no es el único divino en nuestro continente americáno. Y si me sirven un menú que incluya a Leonardo Favio o al gitano Sandro, pues también lo engullo con placer, qué vá! Y también a Piero y León Gieco, que aunque aparecieron algo tarde en mi vida, lograron humedecer mis ojos con algunas de sus canciones emotivas.

Y desde Colonia, puedo elegir también indagar el Brasil de mis sueños, de sambas sin textos pero con mucho ritmo de congas. O atravezando el Río de La Plata, agarrar a la izquierda, bajar hasta la pampa, desde ahi doblar a la derecha y encontrar en algún recoveco de montañas sin horizontes, una pequeña fisura que me ofrezca entrar al sur de Chile, sin necesidad de pisar la loza de su aeropuerto digital y extraño a mis ojos de emigrado obsoléto.
Concepción, Temuco, Santiago. Mendoza, Neuquén, Cipoletti, Buenos Aires. Bucarest. Berlin. Bruselas. Modena, Bologna, Verica di Pavullo y Estocolmo fue mi viaje de venida al viejo continente. El de vuelta será más corto: Estocolmo, Montevideo, Colonia, Baires, Neuquén y Temuco.

Porque me ha llegado la hora de escoger en donde soltar mis ultimos respiros. Y creo que es también el tiempo de elegir la raíz de los maderos que quemaran mi cuerpo, cuando deje de respirar para siempre.
Pero, porqué Uruguay? Me preguntó Pelle al tiempo que le dió por dejar escapar un estornudo corto. Porque no tiene montañas, le dije y agregué que, mi claustrofobia empeora rodeada de macizos prominentes y rocosos. Como la cordillera de los Andes en Chile o en Argentina. O los Cárpatos en Rumania. O el metro de Estocolmo por no decir menos, que en sus horas peores, asfixia como el de Tokio.

Y en una de esas, a lo mejor encuentro la tranquilidad que deseo justamente en Uruguay, país cuya elevación de tierra aislada no es más alta que los 514 metros de altura. Algo asi como un cerro en Valparaiso. O como una lágrima en el océano.

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