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reflexiónes desde las cloacas

Sobre malvados e inocentes

Sobre malvados e inocentes

(Amor animi arbitrio sumitur, non ponitur - Preferimos amar, que dejar de amar)

 

 

Algunas cifras que desnudan la situación del “milagro económico chileno”. Las diez familias más ricas de Chile, entre ellas las del presidente Piñera, acumulan un patrimonio de 75.000 millones de dólares, tres veces el PIB de Bolivia o el doble de Uruguay.

Por contraste, la mitad de los hogares chilenos sobrevive con 900 dólares mensuales y los más pobres con menos de 150 dólares mensuales.

No obstante, un estudiante de clase media que curse medicina en una universidad pública, donde la educación es pagada, egresará con una deuda bancaria de 50.000 dólares a pagar en varios decenios. O de por vida.

Radio del Sur

 


¿Me puede llevar por  cincuenta pesos? preguntó la doncella humilde y  desamparada, en la jungla de asfalto que encarcelaba su vida y pensó que según la ley de las probabilidades, tenia cierta chance de desatar ese pequeño nudo que ataba su presente a la metrópolis voraz en que habitaba.

¡No! respondió el feroz cochero  y echó a rodar su carruaje obligatorio de horarios inciertos lleno de transeúntes fugaces, cada uno sumido en el silencio de una fría mañana, rumbo a sus pobres obligaciones cotidianas y sin mucho sentido.

¡Pare, pare! gritó entonces el mecenas entumecido por la humedad del rocío en su barba, obligando al feroz cochero a hundir hasta lo más profundo de las entrañas de su monstruo metálico, su pie con calcetas de punto cocidas por su amante sin nombre ni rostro, hasta hacerlo frenar .

¿Dónde estás? pregunto el mecenas con pánico en su voz. Mas la doncella ya no era parte de esta narración sino de aquella en donde el viento la sopló, levantándole las polleras y también el resto de su aparición en este cuento. Se bajó del monstruo metálico y la buscó y la buscó (¿Dónde estás? ¿Dónde estás?) hasta que ya extenuado se dejo caer en la tibia tierra de un atardecer andino.

Gracias por querer ayudarme, le dijo la doncella cuando despertó. Porque en el mundo en que vivimos el riesgo que alguien te diga Hey! ¿Do you need some help? es tan quimérico como el plañido de una guitarra al calor de una fogata al amanecer, en el centro de la urbe deshumanizada. Y en ese instante preciso, se acordó de su infancia. Aunque a lo mejor fue su adolescencia la que fluyó en algún rincón de sus remembranzas. Difícil saberlo en tiempos en que la información es regida por el principio de la ganancia del neoliberalismo asesino, me dijo Pelle y asentí sin decir nada.

Correr por las calles que pasaban por afuera de la casa en que vivíamos no era peligroso, pero no era aconsejable, dijo Dirce de improviso sin levantar la vista del libro que leía. Y la figura de su estampa – indiferente y vestida de negro -  apareció ante mis ojos, con la misma autoridad de una sacerdotisa pagana cuando en exorcismo sin demonio ni dios, prepara el rito de la salvación de un alma deteriorada, anclada por cadenas de prejuicios en el limbo de los creyentes. Los gitanos se las pueden llevar, decían los más viejos. Los soldados las pueden violar, decían los más jóvenes. Y los policías las pueden apalear, agregaban los coetáneos. O los cocheros feroces les pueden negar viajar en sus carrozas, decían las madres inquietas por la suerte de sus crías.  

Y cuando la fueron a enterrar dijo a sus deudos que fue exactamente en ese segundo certero cuando  perdió su fe en la religión. Cualquiera que aquella hubiese sido.

Mi padre nació en 1925. Un año extraño de entre dos guerras mundiales que los europeos se empecinaron en crear, dijo Pelle.  Y mira los cojones que tiene el viejo aquél, le respondió Circe cuando sentada en un sauna, saboreaba el olor publico de cuerpos desnudos ya desgastados por el tiempo vengativo.

Y las rondas de mi infancia dieron vuelta en mi memoria de elefante semidormido, cuando el llamado de tu teléfono nunca sonó. ¿Y porqué tienes que seguir esperando? dijiste cuando yo, como telefonista de terreno en batalla obligada, cargaba penas y aparatos en mi espalda y daba vueltas desesperadas a la manivela de tal invento fantástico para poder escuchar tu voz, entre cañonazos, granadas, gemidos y risotadas. Pero solo el tit, tit, tit de su silencio ocupado me respondía mientras mirando fotos de mi memoria, trataba de entender que había pasado en mi vida. Que estaba tan lejano de todos ustedes. De las ciudades mal vestidas, de mi continente atormentado por la gula del imperio del norte. De terruños calurosos sin aire acondicionado ni cemento en sus calles. Y tan lejano tambien de las aguas de pozos sucios con culebras en su interior, que adornaron los baños de mi infancia algo triste.

Ven! le dijo el mecenas y tendiéndole la mano la ayudó a subir al carruaje obligatorio del feroz cochero. Y pagó lo que faltaba. Y sentados el uno al lado del otro, y sin siquiera conocerse ni decir palabra alguna, llegaron a la conclusión que sus vidas estaban siguiendo el mismo curso que siguió el ser humano, cuando dejó su cascara de erectus y comenzó a decaer.

Un dedo de ella rozo un dedo de él y diciéndole “Gracias” se tiro a dormir sobre su hombro (¿de quién?) y no despertó sino hasta cuando el cobrador les dijo "Y ustedes a donde viajan?" sin que pudieran responder a tan simple interrogación. Porque ambos pertenecían, a la gran mayoría de aquellos que sobreviven con menos de 150 dólares mensuales en el Chile de hoy.

 

Guillermo Ortiz-Venegas ®

guillermo_suecia@hotmail.com

 

 

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